Una vez conocidos los estudios finales sobre la que sería la primera línea del metro de Bogotá, han quedado claras dos cosas. La primera es que el proyecto cuesta mucho más de lo que habían pensado varios analistas, y la segunda es que los fondos para su ejecución no están garantizados.
La razón del alza en el presupuesto, que ahora sería de 15 billones de pesos, tiene que ver esencialmente con la necesidad de afirmar mejor el terreno por el que pasaría el tren urbano. Como es conocido, buena parte de la Sabana fue antiguamente un lago y eso genera desafíos técnicos similares a los que se encontraron en Ciudad de México.
Al menos eso es lo que sostiene el reporte que es el de mayor detalle en la larga historia de iniciativas fallidas que han existido a lo largo de casi seis décadas. Para sus defensores, se trata de la hoja de ruta más completa hasta la fecha, la cual limita la aparición de sobrecostos por razones de ingeniería.
No obstante, la cifra ha elevado la vara e influye sobre la viabilidad del subterráneo. El principal motivo es que la Nación se había comprometido con algo menos de siete billones de pesos en aportes, que ahora serían francamente insuficientes.
Como si eso fuera poco, hay una innegable estrechez fiscal, lo cual limita la eventualidad de más contribuciones, a menos que la Capital decida posponer indefinidamente otras obras relacionadas con la movilidad. Además, queda la duda sobre la necesidad de eventuales subsidios una vez el sistema de transporte empiece a operar en el 2021.
Hasta tanto esas inquietudes no se resuelvan, la idea no podrá ser concretada. Debido a ello, tanto el Palacio Liévano, como la Casa de Nariño deberán sentarse a conversar a ver cómo se reparten una carga que ahora será más pesada.
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