Que Grecia sea fuente de turbulencia en los mercados financieros internacionales no es inusual, pues son conocidas las dificultades que tiene la nación helénica desde hace años. Pero que la agitación tenga su epicentro en Suiza es algo que, para decirlo en pocas palabras, nadie estaba esperando.
No obstante, eso fue precisamente lo que sucedió este jueves cuando el banco central helvético abandonó una política, adoptada a mediados del 2011, consistente en adoptar una tasa fija mínima, e impedir que la relación entre el franco y el euro cambiara. En su momento, la medida sirvió para evitar la excesiva apreciación de la moneda suiza, que se había convertido en un refugio para los inversionistas dada la incertidumbre que afectaba al Viejo Continente.
Pero ahora las circunstancias son diferentes. Eso al menos es lo que consideran las autoridades de la Confederación Helvética que, de un plumazo, levantaron las amarras que impedían la volatilidad. La justificación es que no se trata de pasar de intervenir a no hacer nada, sino de cambiar de táctica.
Sea como sea, el efecto inmediato tuvo las características de un terremoto. En cuestión de minutos los mercados se enloquecieron, pues el franco llegó a subir 41 por ciento frente al euro y 38 por ciento frente al dólar. Con el paso de las horas volvió algo de calma, pero es muy temprano para sacar conclusiones.
Por ahora, lo que implica la apreciación de la moneda suiza es que los exportadores de la nación alpina han perdido competitividad y que sus costos como destino turístico se elevaron. No menos inquietante es que más de medio millón de hogares europeos -en Polonia o Hungría- tienen sus deudas hipotecarias en francos y sus pagos se van a disparar. Y eso que esta trama, que involucra sumas inmensas, apenas empieza.
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