Es fácil arroparse en el pabellón nacional y salir lanza en ristre contra los resultados de la reunión sucedida el pasado lunes en la tarde en el Palacio de Carondelet, en Quito. El motivo es que, a primera vista, el encuentro entre Juan Manuel Santos y Nicolás Maduro no dejó resultados concretos inmediatos, aparte de retornar los embajadores de Colombia y Venezuela a Caracas y Bogotá, respectivamente.
Sin embargo, desconocer el esfuerzo de atender la cita convocada por los mandatarios de Ecuador y Uruguay es un error. Para comenzar, la postura colombiana una vez estalló la crisis fronteriza fue la de mantener la cabeza fría e insistir en que cualquier arreglo debía pasar por la vía diplomática.
En tal sentido, hay que darle una oportunidad al diálogo, con observadores presentes, tal como está previsto que pase hoy en la capital venezolana. Si existe voluntad de solución, es algo que se verá con rapidez y será posible aspirar a una normalización en la zona limítrofe. De lo contrario, continuarán cerradas las puertas sin que cambie mucho la realidad actual.
En caso de imponerse el primer escenario, resultaría iluso pretender que las cosas vuelvan a ser como antes. No solo miles de personas han optado por regresar a Colombia definitivamente, sino que el problema de la ilegalidad en el área ha quedado todavía más al descubierto. El tráfico de combustibles y de bienes de primera necesidad es el alimento de poderosas mafias.
Por tal razón, hay que proseguir con los intentos de impulsar el desarrollo del lado colombiano, para que se generen fuentes de empleo y posibilidades de negocios orientados hacia el mercado interno. Hacerse los de la vista gorda ante lo que se deriva del contrabando es una salida tentadora, pero equivocada.
Ricardo Ávila Pinto
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