Informaban recientemente en The Wall Street Journal, que algunos reconocidos académicos e investigadores norteamericanos vienen mostrando su inconformidad porque en su país, inundado de información y poseedor del mayor mercado de acciones, no existen mecanismos que permitan descifrar cómo se comportan, y qué resultados obtienen los inversionistas particulares. ¿Qué funciona, qué no, cómo evitar errores comunes?
Además de ser muy relevante para proteger el ahorro, ¿no será que muchos de ellos están yendo en contravía en relación con el objetivo vital de implementar lo más temprano posible un plan de retiro adecuado?
Uno de los reclamantes es el profesor Terrance Odean, quien, a raíz de un estudio, tuvo acceso a los resultados obtenidos durante cinco años en 130.000 cuentas en la Bolsa de Taiwán, en ese entonces la número doce en el mundo.
Encontró que el 20 por ciento de las transacciones eran operaciones especulativas de un día, con un 97 por ciento a cargo de particulares. Ocho de cada diez individuos perdió dinero, y aunque en conjunto lograron utilidades antes de descontar los costos, estas resultaron insuficientes para cubrirlos. Entre sus conclusiones: “el cuadro es muy claro, las instituciones ganan, los individuos pierden”; “el exceso de confianza puede explicar las pérdidas en que estos incurren”.
Por alguna razón, escribió alguna vez en su libro el reconocido inversionista y académico Joel Geenblatt, posiblemente el 95 por ciento de las operaciones resultan superfluas.
Para especular en la bolsa se utiliza el análisis técnico, o el arte de pronosticar la dirección de los precios, analizando sus gráficos y el volumen de operaciones. Mi principal problema con esta herramienta es que, por sentido común, una vez se identifica un patrón, comienza a ser explotado, haciendo desaparecer su efecto. Soy escéptico cuando me ofrecen revelar una fórmula, de tremendo potencial económico, a cambio de un honorario.
El hecho es que en Estados Unidos existen más de 7.000 fondos mutuos de renta variable. Y, como anotaba el señor John Rekenthaler de Morningstar, no existe uno solo que base sus decisiones en el análisis técnico. Recuerda cómo a partir de los años ochenta, y debido a los pobres resultados e inconcluyente respaldo académico, su influencia ya andaba de capa caída.
Se sabe de fondos que monitorean algunos indicadores técnicos, pero no como elementos determinantes para negociar una acción, sino como ayuda para establecer el momento oportuno.
Una segunda herramienta, mucho más práctica para quienes no resistan la tentación especulativa, es prima hermana del análisis técnico. Solo que, a diferencia de esta, sí cuenta con un sólido soporte académico.
Se ha comprobado profusamente que el conjunto de acciones con mayor tendencia al alza mantiene ese comportamiento durante periodos hasta de dos años, y que el fenómeno, lejos de desaparecer, ha persistido. El problema es que, al igual que todas las estrategias que hacen caso omiso del factor valorización, resulta particularmente dolorosa cuando se presentan las inevitables fuertes caídas, además de perder su eficacia en épocas de alta volatilidad.
Los participantes en el Juego de la Bolsa, por ejemplo, son particularmente propensos a confundir este factor de momentum con una falsa sensación de sapiencia. Si el tiempo de juego fuese más prolongado, de seguro el mercado se los terminaría cobrando.
Como el factor funciona en base a promedios, los índices correspondientes están conformados por lo menos por un centenar de empresas, rotadas con bastante frecuencia, razón por la cual es una estrategia difícil de implementar individualmente.
La tercera herramienta, que con una u otra variante usan todos los fondos activamente administrados, es el análisis fundamental. Mediante utilización de todo tipo de información económica y financiera, busca establecer el valor intrínseco de una empresa para compararlo contra el precio que ofrece el mercado.
El problema es que, en su forma más pura, involucra proyecciones de flujo de caja a largo plazo. Por ejemplo, quien se sienta en condiciones de hacerlo para una empresa como Ecopetrol, y descontarlos a valor presente a una tasa apropiada, bienvenido a invertir en sus acciones. De lo contrario, lo prudente es abstenerse. No es tarea sencilla ni para los más capacitados profesionales. Bueno recordar que en los últimos cinco años solo uno de cada cinco fondos mutuos dentro de su categoría logró superar al índice S&P 500.
La cuarta herramienta, consistente en mantener un portafolio adecuadamente diversificado, y compuesto por unos pocos fondos indexados a muy bajos costos, permite capturar la prima de riesgo que a largo plazo ofrece el mercado de acciones. El señor John Bogle ilustra perfectamente la idea. De acuerdo con sus cifras, en el periodo 1900-2005 las empresas cuyas acciones han conformado el índice S&P 500 lograron utilidades anuales de 9,5 por ciento en promedio (4,5 por ciento en dividendos y 5 por ciento en crecimiento de utilidades).
Otra cosa es el rendimiento ofrecido por esas acciones. Pero lo llamativo es que, a lo largo de ese periodo, este rendimiento fue de 9,6 por ciento (antes de descontar los costos de la intermediación financiera). La diferencia, de apenas 0,1 por ciento, es para Bogle el “retorno especulativo”, que en períodos prolongados resulta siempre siendo muy pequeño (ruido estadístico, o quizás una tendencia de muy largo plazo en cuanto a la disposición general con respecto al valor de la prima). En periodos más cortos, incluso diez años, este retorno especulativo, positivo o negativo, “es susceptible de sufrir variaciones violentas, porque factores emotivos son los que dominan el juego”.
Harry Adler
Asesor en Inversiones Internacionales