El país acaba de asestarle un silencioso, pero contundente, golpe a la pobreza al generar un sistema de datos altamente confiable que podrá identificar mejor a los más necesitados y así focalizar de forma eficaz los esfuerzos para que dejen de serlo.
De esta forma, la nación sudamericana se une a México, Perú y Paraguay en lo que constituye una creciente tendencia regional a favor de la credibilidad en torno a uno de los indicadores más importantes para la rendición de cuentas de cualquier gobierno, el número de pobres.
La ciencia y la experiencia han demostrado que es imposible derrotar a un enemigo invisible.
No se puede combatir con eficacia a aquello que no sabemos con certeza en dónde está, de dónde viene o hacia dónde va. Una guerra contra tal enemigo estaría destinada al fracaso.
Aunque esto parece obvio, la verdad es que hasta hace muy poco tiempo la dificultad para visualizar estadísticamente al enemigo fue la característica del combate contra la pobreza en Latinoamérica. Y Colombia no ha sido la excepción.
Hoy, sin embargo, los colombianos pueden aplaudir el resultado de un proceso serio y abierto mediante el cual el Gobierno está dando a conocer una nueva serie de datos sobre la pobreza tradicional, también conocida como pobreza monetaria.
El compromiso es visualizar conjuntamente al enemigo y establecer parámetros de éxito para la batalla en su contra.
Las nuevas cifras muestran que la pobreza en Colombia bajó al 37,2 por ciento en el 2010, por debajo del 40,2 por ciento del 2009. La pobreza extrema, o indigencia, por su parte, pasó de 14,4 por ciento a 12,3 por ciento en el 2010. Algunos preguntarán, genuinamente, ¿por qué algo que parecería tan sencillo como medir la pobreza merece tanto bullicio?
En principio, medir la pobreza monetaria consiste en el ejercicio simple de calcular la proporción de la población que no tiene suficiente dinero para sufragar sus gastos más básicos.
La experiencia internacional muestra, sin embargo, que no es tarea fácil si se pretende hacerlo bien.
En este proceso deben considerarse aspectos técnicamente complejos: el diseño de las muestras estadísticas y de las preguntas para encuestar a los hogares; el levantamiento adecuado de dichas encuestas, necesarias para generar la información básica sobre los ingresos; la medición del valor de lo que consumen los hogares rurales de sus propias cosechas –el llamado autoconsumo– y la imputación del costo de la vivienda para quienes tienen casa propia, entre muchos otros.
Con el fin de hacer una medición de la pobreza monetaria creíble y rigurosa, el Gobierno de Colombia creó en enero del 2009 la Misión para el Empalme de las Series de Empleo, Pobreza y Desigualdad (Mesep), en la cual participaron académicos colombianos, expertos de organismos internacionales, incluido el Banco Mundial, y del mismo Gobierno, principalmente del DNP y el Dane.
A pesar del cambio en la Presidencia y varias sucesiones en las directivas de las instituciones a cargo, el proceso siguió adelante demostrando haber tomado carácter de política de Estado.
Al contar con una nueva metodología sólida desde un punto de vista técnico, propicia y disponible para la discusión política, la opinión pública podrá entender mejor quiénes se benefician del crecimiento económico y quiénes no.
Más aún, sociedad y gobierno podrán dedicar sus energías ya no a debatir sobre cuántos pobres hay, sino a focalizar mejor los esfuerzos de programas sociales, como el de Familias en Acción y la estrategia Unidos, para lograr sus objetivos de manera más eficaz.
No obstante los logros estadísticos, Colombia aún enfrenta desafíos muy importantes. A pesar de ser un país de ingreso medio-alto, sigue teniendo muchos pobres. En el 2010, la pobreza en en el país se redujo gracias a la recuperación del crecimiento, pero en ese año había aún 17 millones de personas en la categoría de pobreza moderada y casi 5,6 millones en pobreza extrema.
Además, Colombia se ha convertido en el país con la más alta y persistente desigualdad en la distribución del ingreso en América Latina, región que, por cierto, es la más desigual del mundo. Demasiados colombianos son hoy prisioneros de su suerte y no comandantes de su propio destino.
En buena medida esto se debe al funcionamiento del mercado de trabajo.
Muy pocos de los que empiezan trabajando en el sector informal logran salir de él. El país presenta también círculos viciosos de pobreza que la transmiten de generación en generación.
Por ejemplo, la probabilidad de que un niño o niña en Colombia logren tener una mayor educación que la de sus padres es aún muy baja, casi la mitad de la que se observa en países avanzados.
Estos hechos ilustran que los desafíos son todavía importantes y urgentes. Enfrentarlos requerirá de la implementación eficaz de políticas públicas bien diseñadas. Y para ello, una información de pobreza confiable, aunque no garantice el éxito, representa un importante paso adelante.
Rodrigo A. Chaves
Director de Reducción de la Pobreza y Gestión Económica para América Latina y el Caribe del Banco Mundial.