Ni siquiera a mediados de los años ochenta del siglo pasado con la peor crisis cambiaria de la historia, en la que el ministro Roberto Junguito (gobierno de Belisario Betancur) debió hacer un ajuste de 55 % en la tasa de cambio, el país ha vivido un ‘estartazo’ tan grande en la devaluación como ahora, de más del 60 %.
Poco antes de la expedición del estatuto cambiario en abril de 1967 (Decreto 444), en otra crisis cambiaria, Abdón Espinosa le acató al FMI un ajuste del dólar de 9 a 13 pesos, un 45 %, y expidió el control de cambios, que se mantuvo hasta el año 1990, cuando se acabó 25 años de depreciación gota a gota.
Hoy no hay crisis cambiaria como en ese entonces cuando la carencia de dólares era de tal magnitud que no había divisas siquiera para girarle el sueldo a los diplomáticos colombianos en el exterior, y pese a ello la devaluación pasa ya del 60 % en doce meses, no como una decisión calculada y planeada de las autoridades (que en particular no parece importarle al Banco de la República, según lo dicho por uno de sus directores en reportaje a El Tiempo), sino como consecuencia de una inercia de hechos que están distorsionando la economía, y sobre los cuales las autoridades no hacen realmente nada.
Frente a esas distorsiones externas, sobre las que no se tiene control, también hay internas menejables, entre las cuales sobresale un déficit en cuenta corriente del sector externo de más del 7 %, resultado de una dramática caída de las exportaciones, que de paso pone en entredicho un modelo de promoción, adoptado hace muchos años, con un criterio más de mercadeo que de enfoque productivo, en el que países como Perú nos han tomado mucha ventaja y nos dan ejemplo de manejo de mediano y largo plazo.
No puede ser que la moneda colombiana sea la más devaluada de la región y estemos alegres, cuando la realidad es que esto es sinónimo de empobrecimiento. Como quien dice, vamos para la horca y echamos chistes.
Es claro que no todos los sectores productivos, regiones y consumidores se afectan de la misma manera con esta devaluación, e incluso hay quienes ganan o pierden sin hacer nada, como los colombianos que están afuera y envían dólares a sus familias, que ven acrecentar sus rentas, o los cafeteros que no tienen que mejorar su productividad o eficiencia para mejorar su ingreso.
Pero el caso de Bogotá, la principal economía del país, merece una consideración especial que no puede pasar de agache, pues sus empresas y consumidores deberán tragarse toda la devaluación y serán de los mayores damnificados por el encarecimiento de los costos de producción y el aumento de precio a los consumidores.
La economía bogotana tiene una estructura básicamente importadora. El año pasado importó bienes por US$33.000 millones y exportó solo 3.200 millones, generando un déficit de casi US$30.000 millones. Las compras y ventas las hizo, en promedio, a $2.000/dólar. Si se mantuvieran ahora esas cifras, deberá pagar $3.000/dólar, esto es, 50 % más, lo cual implicaría un sobrecosto de casi $30 billones de pesos, salidos en buena parte de los bolsillos empresariales y de los consumidores, lo cual no es otra cosa que mayor inflación, que ya ronda el 4,5 % promedio anual y una disminución en la demanda que afecta la producción y el comercio.
El Observatorio de la Secretaría de Desarrollo Económico realizó una encuesta sobre la percepción de los comerciantes por efecto de la devaluación en sus ventas, y el 80% de ellos manifestó que el aumento en el precio del dólar ha afectado sus ventas.
Los supuestos ganadores con la devaluación escasean en Bogotá. Más allá de los hoteles que reciben turistas, no hay muchos. La industria manufacturera solo representa el 9% del PIB de Bogotá y su lejanía de los puertos la deja mal parada. Mover una tonelada desde la capital a Buenaventura tiene un flete tres veces más caro que desde Cali y a Barranquilla, vale 50 % más que desde Bucaramanga, y 40 % por encima que desde Medellín.
Este es otro debate que debe promoverse para determinar la vocación productiva de la capital, que trasciende el seguir pensando que el futuro está en la tradicional industria manufacturera, cuando Bogotá es muy fuerte en la llamada “economía naranja” que hoy genera en el mundo más de 145 millones de empleos. En la capital se asienta el 92 % de la industria creativa, el 90 % de la audiovisual y 75 % de la digital. Los servicios son el 62 % del PIB local, y el 60 % de las transacciones financieras del país se hacen en Bogotá. Es ahí donde puede estar el futuro global de Bogotá y el centro del país que con Boyacá, Meta, Cundinamarca, Meta y Tolima generan el 40 % del PIB nacional y tienen un mercado de 15 millones de habitantes.
El aumento de la devaluación encarece los productos importados, perjudicando a empresarios y consumidores finales, los cuales optan por generar una menor demanda de estos bienes, ante el aumento de sus precios.
La inflación en doce meses está casi en 4,5 % y en Bogotá está igual al promedio nacional. El estudio del Observatorio señala que todas las líneas de mercancías de Bogotá se vieron afectadas por el incremento en el dólar, principalmente alimentos y bebidas (88,2 %), y vehículos o autopartes (87,2 %). Los que también se ven perjudicados por la devaluación pero en menor proporción son textiles, ropa y calzado (72,6 %), y productos farmacéuticos o cosméticos (77,5 %). Cerca de la tercera parte de los bienes de consumo en Bogotá son importados, contra el 10 % del resto del país.
La disparada del dólar ha hecho que los precios de varios alimentos aumenten considerablemente, por ejemplo frutas y algunos granos.
Pero los padres que educan a sus hijos afuera, o las madres cabeza de familia que le compran un computador al hijo, o las IPS que importan equipos médicos y los enfermos que deben utilizar medicinas de afuera son golpeados inclementemente con la maxidevaluación.
Y para rematar, la alta devaluación causa otros daños que hay que evaluar. El primero de ellos es el proyecto del metro para la capital, que se encarece en una proporción significativa, pues la obra tiene un gran componente de importaciones y seguramente de apalancamiento financiero externo, cuyo impacto nadie ha calculado. Incluso, las obras de infraestructura 4G hay que mirarlas en función del nuevo escenario de tipo de cambio, que ya supera el 60 % en 12 meses.
Silverio Gómez Carmona
Analista económico