Hace justamente diez años -mayo de 1999- y en medio de la mayor crisis económica del siglo pasado, el Banco Andino fue la primera entidad de su género en ser intervenida por el Gobierno Nacional con fines de liquidación. Con el pasar de los días otros bancos y otras entidades financieras, de distinto tamaño y calibre, fueron también objeto de intervención estatal con la característica de que algunas fueron enterradas definitivamente, en tanto que otras fueron rescatadas como se dió en el sonado caso de Granahorrar.
Esta remembranza de lo acontecido una década atrás marca la gran diferencia entre lo ocurrido en ese entonces y las características de la actual crisis mundial y sus repercusiones en Colombia. Hasta la fecha, el sector financiero colombiano no sólo se mantiene incólume, sino que arroja unos resultados que les producen la más justificada de las envidias a los demás sectores de la economía.
No es fácil explicar esta paradoja o dicotomía, pues lo lógico es que cuando el sector real se resiente, cuando las ventas de las empresas se estancan y por ende el desempleo se dispara, los bancos deberían también resentirse, bien porque no tienen a quién prestarle o bien porque los usuarios que hasta ahora han sido cumplidores de sus obligaciones, muy pronto empezarán a incumplir sus compromisos.
Se pregunta entonces uno ¿si es que la crisis no es de la magnitud que se ha anunciado, o si por el contrario el efecto sistémico sobre el sector financiero está aún por venir? El análisis de algunos de los indicadores básicos del comportamiento del negocio bancario en el primer trimestre muestra también señales contradictorias.
Coherente con la lógica reseñada, el porcentaje de cartera vencida y con problemas de recuperación ha aumentado considerablemente. Que los bancos tienen buenos niveles de reservas y provisiones es totalmente cierto y enhorabuena; sin embargo, esta situación ni en Colombia ni en ningún otro país es sostenible ad infinitum.
De otro lado, las fabulosas utilidades pueden contener una preocupante falacia. La mayor parte de ellas proviene no de la actividad crediticia, propia y normal de una empresa cuyo objeto social es captar ahorro y otorgar crédito, sino de la especulación financiera, que a pesar de ser totalmente lícita y ajustada a las normas legales, es hasta cierto punto una desviación de su función primordial. Lo más preocupante es que esas utilidades -así como hoy son grandiosas y extraordinarias- en un abrir y cerrar de ojos pueden esfumarse y pasarse al lado de las pérdidas.
Recordemos que los estados financieros de los bancos, ateniéndose a las normas contables universalmente aceptadas, valoran las inversiones especulativas a precios de mercado en la fecha de su contabilización. Con la disminución de las tasas de interés esas inversiones se han valorizado astronómicamente y de ahí las fabulosas utilidades. Sin embargo, un alza repentina en las tasas o una eventual necesidad colectiva de liquidar inversiones para atender necesidades de liquidez, podría llevar esas valorizaciones de color negro a color rojo subido. Esto nunca ocurre con los intereses ganados en la actividad de intermediación.
Mientras los bancos sigan mostrando utilidades, así sea en medio de sentimientos generalizados de envidia, podremos seguir durmiendo tranquilos. En caso contrario lo peor de la crisis estaría aún por verse.
gpalau@urosario.edu.co
De la crisis del 99 a la del 2009
Hasta la fecha, el sector financiero colombiano no sólo se mantiene incólume, sino que arroja unos r
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Redacción Portafolio
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