Según los últimos informes del Ideam, el fenómeno de ‘El Niño’ será más intenso y, eventualmente, se extenderán sus efectos en la disminución de las lluvias durante el primer semestre del año entrante. Hay restricciones del suministro de agua en acueductos, en cerca de 300 municipios del país, además de una situación dramática para la agricultura y la ganadería. Muchas entidades territoriales no se han preparado con medidas de adaptación y mitigación frente al cambio climático. Este es un fenómeno, con una ocurrencia cíclica. Lo que sucede es que se han agravado sus causas también por el cambio climático. Los expertos han indicado que estas condiciones serán más continuas y severos.
Hay que resaltar un hecho que poco se menciona. En los últimos seis años, se han desforestado en el país cerca de un millón de hectáreas, es decir un millón de estadios de fútbol, o casi 6 veces la extensión del Departamento del Quindío.
La regulación natural hídrica se altera totalmente por la desforestación de los bosques, páramos, humedales, ciénagas, zonas de manglares y riberas de ríos y quebradas. Es decir, las fábricas del agua, dejan de ser retenedores del recurso para que en épocas secas, como la actual, podamos contar con un flujo adecuado.
Si agregamos que solo tratamos alrededor del 30 por ciento de las aguas residuales, el panorama se vuelve más complejo porque la escasa agua está contaminada. A esto hay que sumarle una débil cultura de ahorro de agua y energía, más un creciente consumo por aumento de población y actividades productivas. Nos encontramos ante ‘la tormenta perfecta’, que torna dramática y trágica la aparición de ‘El Niño’. Y si aparece su hermana ‘La Niña’, tampoco habrá regulación y la sequía se convertirá en inundación.
Debe ser un propósito nacional continuo la lucha contra la desforestación. No arrasemos ni un bosque más, ni un páramo más, ni un humedal más. Recuperar las cuencas para la cosecha del agua es esencial, con una acción efectiva de las autoridades encargadas de controlar la tala ilegal de bosques, las actividades extractivas sin autorización y la urbanización descontrolada.
La ciudadanía tiene que ser más activa y adquirir la importancia de la cultura por el agua. Desde los centros educativos en la primera etapa hasta los estudios de postgrado, se debe impregnar el concepto de la sostenibilidad, entendida como el equilibrio entre lo económico, lo ambiental y lo social.
Necesitamos medios de comunicación activos y generadores de cultura ambiental. Todos los días deben haber mensajes al respecto. Que no sea un tema de coyuntura, sino de cultura.
La destrucción intencional de los hábitats es una actividad exclusivamente humana, no es culpa de la naturaleza. Por eso, hay que actuar ya, sin pausa. El propio Ministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible, Gabriel Vallejo, ha dicho recientemente que cerca del 40 por ciento de la madera que se utiliza en Colombia es de origen ilegal. Se impone una gran restricción a este comercio y lograr un consumo responsable.
Hay que limitar el uso de estibas y cajas de madera para embalaje, cambiar las cercas por materiales aprovechables, como el plástico, a precios razonables, estimular la utilización de cercas vivas, incrementar la silvicultura como forma sostenible de producción agropecuaria, entre otros.
La situación de ingresos y ahorro de las familias campesinas en nuestras zonas rurales es muy precaria. Si se hace un sembrío en cada pequeña propiedad con especies nativas maderables en algunas de la finca, así como hacer cercas vivas y franjas de protección alrededor de riberas de quebradas y ríos que lindan con esta, con el tiempo esos pequeños setos serán árboles, que con una entresaca debidamente realizada, podrán convertirse en ingresos adicionales a la economía familiar campesina. Es una especie de alcancía viva que solo requiere la siembra, el cuidado y la paciencia.
Hay que promover iniciativas de pagos por servicios ambientales, en los cuales todos los usuarios del agua (ciudadanos y empresas) les paguen a los campesinos por el cuidado de las fábricas de este líquido. Pensar que el agua es gratis y que no hay que pagar por ella, o que se puede usar sin mesura, está fuera de cualquier discusión. También hay que tomar medidas de coyuntura, que no serán suficientes si no afrontamos con seriedad y eficacia los embates de un fenómeno recurrente, cada vez más severo.
Ojalá que en poco tiempo, no tengamos que reescribir estas líneas por la conjunción de la impunidad para quienes atentan contra el medioambiente en general, y las fábricas de agua en particular, la ineficiencia de las autoridades y la indolencia de la ciudadanía.
Gustavo Galvis Hernández
Presidente Ejecutivo de Andesco