Un regalo navideño no muy apreciado por los consumidores fue el que les hizo a los colombianos el Ministerio de Minas y Energía, a mediados esta semana.
El 'presente' vino en forma de una resolución mediante la cual el ente gubernamental aumentó el precio del galón de gasolina entre 157 y 263 pesos, el cual depende de la zona del país en donde se venda; mientras que el del ACPM tuvo un incremento de 211 pesos.
El reajuste no sólo fue el más fuerte del 2010, sino que es un eslabón adicional en una cadena de alzas de los combustibles. Debido a ello, los precios de la gasolina han registrado un salto del 13 por ciento en los últimos 12 meses hasta bordear los 8.000 pesos por galón, mientras en el caso del diésel dicho guarismo asciende al 19 por ciento.
Una vez más Colombia queda ubicada dentro del grupo de naciones de América Latina en donde los precios de los carburantes son más altos, junto con Chile, Brasil y Uruguay. En comparación, en Estados Unidos el costo promedio del galón de gasolina está en 2,85 dólares, lo cual quiere decir que en el país se paga 45 por ciento más que en esa nación.
Para muchos colombianos resulta increíble que eso sea así, teniendo en cuenta el fuerte incremento observado en la producción interna de petróleo, que este año debería llegar a casi 850.000 barriles diarios, casi 60 por ciento por encima de lo observado a mediados de la década pasada. Pero la verdad es que el esquema imperante no tiene nada que ver con que el país sea autosuficiente en materia de hidrocarburos o genere excedentes de exportación.
Desde finales del siglo XX fue adoptada una fórmula mediante la cual el precio interno es equivalente al internacional. Una de las razones fue la de sincerar el valor de algunos artículos ante la estrecha realidad fiscal de la época. No obstante, con el fin de amortiguar el golpe, se adoptó un régimen de subsidios que debía quedar desmontado hacia el 2008.
Lamentablemente, en su momento nadie llegó a imaginar que las cotizaciones de los hidrocarburos alcanzaran niveles nunca vistos. Eso fue lo que ocurrió a partir del 2007, en medio de una oleada alcista que cobijó a todos los productos básicos.
De tal manera, cuando el petróleo empezó a dispararse, la administración Uribe elevó los precios de los combustibles, pero la subida del crudo fue tan rápida que con tal de mantener la inflación a raya, en el ejercicio fiscal de hace dos años prefirió que la Nación asumiera parte del golpe, con lo cual se pagaron subsidios por 5 billones de pesos.
La presión disminuyó en 2009, y aunque en su momento el precio de los combustibles estuvo por encima del valor de paridad, lo cual permitió nutrir un fondo de estabilización, tales recursos se acabaron. Por cuenta de esa situación, ahora no queda más remedio que pasarles a los consumidores el efecto combinado de alzas en el petróleo, en la tasa de cambio o en ambos, que es lo que ha ocurrido recientemente porque el barril pasó de 86 dólares y la divisa está más cara.
A pesar del reajuste, el nivel al cual se llegó es todavía manejable y debería tener un impacto moderado en la carestía. Sin embargo, el Gobierno tendría que empezar a prepararse para un nuevo escenario, no inmediato, pero previsible.
La razón es que el petróleo, según los expertos, puede comenzar pronto otra carrera alcista que lo puede llevar a 150 dólares el barril en menos de un lustro. ¿Qué va a pasar en ese momento? ¿Llegará el galón de gasolina a 13 ó 14 mil pesos? Más allá de los argumentos que se esgriman, es indudable que dicha circunstancia generará descontento y puede causar presiones inflacionarias.
Por eso, una de las posibilidades para hacer más manejable la situación es ponerle un techo a la cascada de impuestos existentes que representa una tercera parte del valor de los combustibles.
No se trata de recortarles los ingresos a los municipios que se nutren de la sobretasa a la gasolina, pero sí de regularlos a partir de un nivel determinado para moderar impactos indeseables. El tema no es fácil, pero es mejor tenerlo estudiado cuanto antes, para no sacar soluciones del sombrero a las carreras y poder prever situaciones que más que factibles parecen inevitables.