Son bien conocidas las hazañas de José, aquel esclavo Egipcio que, utilizando el don de interpretación de sueños, supo alertar al Faraón de la época de vacas flacas que se acercaba (hambruna y sequías) después de un largo periodo de vacas gordas, lo que le permitió a Egipto mitigar sus efectos a través de una buena gestión.
Estas ilustrativas historias bíblicas han sido, sin embargo, una constante en la dinámica de los mercados a través de la historia, bien recogidas y estudiadas de hecho por la teoría económica (ciclos económicos), que nos ha enseñado que los ciclos son recurrentes y que los periodos bajistas vienen por lo general precedidos por ciclos alcistas.
Pero no siempre (o casi nunca) se han logrado aprender las lecciones. A los mercados, así como a los gobiernos, a veces se les olvida que las vacas gordas y las vacas flacas existen, así como existen los cisnes negros (aquellos eventos de difícil predicción por los mercados).
Y pese que a los Policy Makers, Dios no les habla al oído ni a través de los sueños, sí existen lecciones históricas (ancestrales y recientes) que nos muestran que los ciclos económicos existen y que las buenas gestiones en los períodos de auge son cruciales y deben ser bien planificadas.
Y es que la coyuntura externa y local ha cambiado y ha comenzado a prender las alarmas ante las consecuencias que están comenzando a evidenciarse en los mercados y en la estabilidad futura.
El cambio en el contexto externo ha comenzado a mostrarse riesgoso en medio de una coyuntura local que ha exacerbado la incertidumbre, escenario en el cual los analistas y el mercado en general han comenzado a señalar que la época de vacas gordas parece haberse quedado atrás y se avecina una de condiciones desfavorables que hay que recibir con milimétrica preparación.
Sin embargo, el escenario tampoco tiene una connotación tan alarmante como la que recientemente han querido señalar algunos gremios –incluyendo uno que otro Senador-. La economía no se está hundiendo, como lo han pretendido señalar, pero sí es necesario recurrir con urgencia a políticas contra-cíclicas que mitiguen los posibles efectos de una coyuntura local y externa que parece lucir ahora menos favorable que la de los años previos.
El auge de los últimos 6-8 años, en los que la economía creció a una tasa promedio de 4.8% anual se debió, más allá de los avances en materia de estabilidad macroeconómica y de la mayor confianza inversionista, a la buena dinámica de los mercados internacionales y a las bondades de los altos precios de los commodities (materias primas), un hecho que no sólo terminó beneficiando a Colombia sino a la mayoría de los países de la región.
La mayor demanda mundial, derivada del dinámico crecimiento de China y de algunos países del sudeste asiático, permitió que los precios de los commodities (particularmente petróleo) se mantuvieran elevados.
Esta coyuntura vino acompañada a nivel local de una mayor producción de petróleo, en la que el país alcanzó niveles de producción en torno al millón de barriles diarios.
Esta bondadosa combinación nos permitió experimentar lo que se denominó el ‘boom minero-energético’, unas de las locomotoras en las que se apalancó buena parte del crecimiento de la última década. Pero las condiciones, como nos enseña la historia, siempre cambian, y a veces de manera precipitada...!
La economía China, que durante varios años a través de su sólida demanda externa mantuvo altos los precios de los commodities, ha comenzado a desacelerarse, lo que se traducirá en una menor demanda de materia primas. Y para exacerbar la coyuntura, apareció un cisne (no tan negro) en la dinámica de la oferta mundial de crudo.
Las nuevas técnicas de exploración y explotación petrolera en EE. UU. (particularmente no convencional) ha permitido no sólo reducir su dependencia externa de crudo sino de balancear la oferta mundial y con ello los precios internacionales: su producción interna ha pasado de cerca de 4 millones de barriles diarios (bd) a cerca de 9 millones bd, uno de sus máximos históricos.
Este nuevo escenario, que se ha materializado en la ‘caída libre’ que ha experimentado el precio del petróleo (y que ya acumula una disminución de 32% desde junio, cayendo a niveles de US $70 barril (pb) frente a los US $103-105 de meses atrás) tiene varias implicaciones.
Por un lado, compromete los ingresos de la nación y le inserta incertidumbre a la dinámica de las cuentas fiscales (ante los menores ingresos tributarios, regalías y dividendos de Ecopetrol que este nuevo escenario supone).
Un hecho que se lee negativo en la medida en que la planeación macroeconómica del Gobierno para los próximos años venía soportada en unos precios más elevados (USD 98 pb para 2015), quizás bajo la perspectiva de que las vacas gordas durarían por un tiempo prolongado, algo que, bajo este nuevo panorama, parece inviable.
No nos percatamos que estas perspectivas, bajo la inherente miopía de los mercados y nuestra limitada capacidad para anticipar cisnes negros y ‘vacas flacas’, no nos estaban permitiendo generar mecanismos de ahorro oportunos durante la bonanza. Y es que sumado a ello, el Gobierno se vio abocado, en respuesta a los problemas de orden público y a algunos ‘cuellos de botella’ medio-ambientales, a revisar también a la baja los niveles esperados de producción de petróleo hacia niveles de 980.000 bd en 2014, con perspectivas bajistas de cara a los próximos 10 años (lo que en efecto podría materializarse si el país no encuentra nuevos yacimientos).
El nuevo escenario de producción y precios del petróleo (en torno a los US $75-80 pb) derivará sin duda en una ampliación del déficit fiscal estimado para 2015 (quizás más cercano al 2.7% del PIB que al 2.4% previsto) y en una eventual revisión a la baja en las previsiones de ingresos estructurales de la nación para los próximos años.
Pero por otro lado, el nuevo panorama ha contribuido a ampliar el déficit comercial (ante la caída de las exportaciones, que en lo corrido del año se han contraído cerca de 2.0%, con una drástica caída de las ventas de petróleo, -2.6%) e inserta un riesgo adicional en el financiamiento de los cada vez más abultados déficits en la cuenta corriente en un contexto de normalización monetaria en EE. UU. y de recomposición de flujos de inversión a favor de las economías desarrolladas. Y es que la mala gestión de la bonanza tampoco permitió que el país diversificara su oferta exportable y redujera por esta vía parte de su vulnerabilidad asociada a la volatilidad de los precios de los commodities.
Las medidas contra-cíclicas que nos sirvan de paraguas para los nubarrones externos que han comenzado a enrarecer el entorno se hacen así imperativas. Pese a que Colombia cuenta no sólo con un claro esquema de inflación objetivo (que permite mantener acotadas las expectativas de inflación y reduce eventuales ruidos en los mercados financieros), sino con una flexibilidad cambiaria que permite amortiguar eventuales choques externos y unas reservas internacionales holgadas (cercanas a los US $48.000 millones) que reducen nuestra vulnerabilidad externa, los riesgos de mediano plazo, que se focalizan en cómo suplir los ingentes recursos que dejará de recibir la nación por cuenta de esta nueva coyuntura, han comenzado a inquietar al Gobierno y a los mercados.
En la medida en que la regla fiscal en Colombia tiene directrices claras que no sólo imponen límites al endeudamiento sino que dificultan la venta de un activo para financiar el presupuesto, la ingente necesidad de recursos para financiar muchas de las reformas y políticas pendientes (seguridad, salud, educación, agro, viviendas gratis), sumado a los gastos de un eventual pos-conflicto, tendrán que suplirse de forma irremediable mediante una reforma tributaria… pero una de carácter estructural…!!.
Y el reto, en esta coyuntura, toma un matiz desafiante. Diseñar este tipo de reformas sin visos de regresividad, y que al tiempo minimice los eventuales efectos adversos en materia de crecimiento y empleo no será una tarea fácil. La reforma que se presentó y que ha entrado en proceso de discusión/aprobación posiblemente tendrá que ser complementada con otra de carácter verdaderamente estructural en unos años, algo que ya el mercado parece estar ya descontando.
No saber administrar una bonanza siempre tiene, en cualquier latitud, altos costos económicos y sociales. Los ciclos económicos existen y los mercados y la propia historia, muchas veces, son los que nos hablan al oído. Claramente las coyunturas no siempre nos sonríen...y esta, quizás, debe ser nuestra mayor lección…!
Germán Montoya
Chief Economist. Telefónica-Colombia
german.montoya@telefonica.com