Aquella conocida expresión del ‘tire y afloje’ le cae como anillo al dedo a la descripción sobre lo sucedido en las negociaciones que adelantaron esta semana Grecia y sus socios de la Unión Europea. Y es que tras un primer momento de euforia, al revisar la que se describió como la propuesta definitiva de Atenas, el resto de los días se fue en reuniones sin éxito.
Para comenzar, el bloque comunitario registró con buenos ojos que el primer ministro helénico, Alexis Tsipras, mostrara una flexibilidad que había estado ausente en las semanas previas. El mensaje central era que había un compromiso de cerrar la brecha fiscal, un requisito que exige el Viejo Continente para autorizar la descongelación de un importante paquete de ayuda que le serviría a los griegos para pagar sus obligaciones.
El problema es que cuando se examinaron los detalles, más de uno se declaró insatisfecho. Otra vez el país vecino del Mediterráneo cayó en el terreno de las vaguedades, especialmente a la hora de aumentar el recaudo de impuestos mediante un combate a la evasión, algo en lo que ha fallado en tiempos recientes.
Como respuesta, los europeos pidieron más recortes definidos, comenzando por las pensiones, aparte de un cambio en el estatus privilegiado que tienen las islas griegas. En cuestión de dinero, la diferencia no se ve muy grande, pero el lío es otro.
Y es que Tsipras se encuentra entre la espada y la pared. Si le dice que no a Bruselas, la permanencia de su país en la zona euro sería imposible. Si responde que sí, corre el peligro de enfrentarse al ala más radical de su partido de izquierda, lo cual le podría llegar a costar el puesto.
Por tal razón, la incertidumbre puede seguir hasta último minuto. La fecha límite es el martes, cuando hay que hacerle un pago al Fondo Monetario Internacional. De no haber humo blanco para ese entonces, todo estará consumado. Pero la esperanza sigue viva, a ver si prima la cordura y este acto de la tragedia griega tiene final feliz.
Ricardo Ávila Pinto
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