Hay dos maneras de mirar el dato de crecimiento de la economía colombiana en el segundo trimestre del 2015: la optimista y la pesimista. Ambos cristales son válidos, pues se trata de las caras de la misma moneda.
De un lado, es claro que el país se comporta mejor que los de tamaño similar o mayor en la región. En comparación con la contracción que sufren Brasil y Venezuela, el estancamiento de Argentina y el pobre desempeño de México y Chile, nos podemos dar por bien servidos. Superamos a Perú por un escaso margen, y el dato del 3 por ciento de aumento en el PIB estuvo por encima de las expectativas de los expertos.
El motivo central es que, por una mezcla de suerte y determinación, el país le apostó al segmento de la construcción como la principal locomotora sectorial. Debido a ello, teníamos listo una especie de programa anticíclico que sirve de salvavidas y cuyo impulso será todavía más notorio en el futuro.
Adicionalmente, hay uno que otro as guardado bajo la manga. Para el segundo semestre de este año debería notarse cierta recuperación industrial, por cuenta de la devaluación que ha tenido el peso colombiano. Diferentes reportes hablan de una sustitución parcial de importaciones que le deberían ayudar a las actividades fabriles a dejar atrás los datos en rojo de los años pasados.
Por cuenta de esperanzas de ese estilo, existen observadores que confían en que las cosas anden un poco mejor entre julio y diciembre. Nadie habla de un gran salto, pero sí de un cierre que supere las cifras del arranque.
No obstante, también es verdad que hay una desaceleración en marcha. Si hasta hace poco, el crecimiento promedio era cercano al 5 por ciento, ahora nos sería muy bueno si llegamos a algo próximo al 3,5 por ciento. Eso quiere decir que la generación de empleo o la disminución de la pobreza perderán velocidad. Así no estemos en cuidamos intensivos, como otros, nos encontramos bajo observación médica.
Ricardo Ávila Pinto
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