La cuenta regresiva de un reloj no apasionaba tanto a los argentinos desde hace mucho tiempo.
Tal vez, los últimos segundos que marcó el cronómetro en la final del Mundial de Fútbol México 86, en la que los gauchos derrotaron a Alemania, fue la última gran alegría que un segundero provocó en el futbolero país suramericano.
Ayer, la cuenta atrás tuvo otro protagonista radicalmente diferente al deporte, pero que también estaba incrustado en la piel de los argentinos.
Se trataba del reloj que aparecía en la página web del Ministerio de Economía, y que marcó el final del tan sonado ‘corralito bancario’, que inició en el 2001, cuando el Estado austral confiscó cerca de 70.000 millones de dólares a ahorradores del país.
“Terminamos de pagar el corralito” y “sin deuda somos más libres”, fueron las frases que aparecieron tras el final del conteo, ya que Argentina anunció el pago de la octava y última cuota del bono Boden 2012 por 2.197 millones de dólares.
El Boden 2012, creado al inicio de la política restrictiva, es un bono en dólares estadounidense que fue ofrecido a los ahorradores que no podían sacar su dinero del banco.
La presidenta Cristina Fernández de Kirchner, quien celebró el fin del corralito, señaló en la noche del jueves, que el 22 por ciento de los tenedores del Boden 2012 eran argentinos, mientras que el 78 por ciento restante estaba en manos de inversionistas extranjeros, sobre todo, de Estados Unidos.
La mandataria señaló el cierre de esta deuda como un éxito sobre las políticas de endeudamiento emprendidas por su gobierno y el de su difunto esposo Néstor Kirchner.
Sin embargo, lejos de una bullosa celebración, hay que tener en cuenta las implicaciones negativas que la restrictiva medida generó. Más allá del enfrentamiento con el Fondo Monetario Internacional, al que Argentina cerró sus puertas, vale la pena anotar las dificultades que encontró el país para conseguir créditos en el exterior.
Tal vez, lo que sí puede enarbolar la jefe de Estado, es que más allá de los sonados ‘cacerolazos’, su caudal político no se desgastó tanto: sigue viviendo en la Casa Rosada.