A lo largo de buena parte de la semana que termina, el país siguió hablando de política. Los análisis tras las elecciones parlamentarias del 9 de marzo ocuparon el espacio de los diferentes medios de comunicación, en los que columnistas y expertos debatieron sobre ganadores y perdedores.
Al respecto, quedó claro que la coalición de partidos cercana al Gobierno –compuesta por La U, liberales, Cambio Radical y un ala de los conservadores– seguirá teniendo las mayorías en el Capitolio. Bajo ese punto de vista, la Casa de Nariño tendrá cómo hacer aprobar las iniciativas que presente, asumiendo que Juan Manuel Santos continúa en el cargo de Presidente.
Sin embargo, las cosas no serán iguales que ahora cuando –al menos sobre el papel– el Ejecutivo cuenta con un respaldo casi unánime en el Senado y la Cámara de Representantes. La razón es la irrupción del Centro Democrático, comandado por Álvaro Uribe.
Si se toma como base el comunicado más reciente de la Registraduría, el exmandatario encabezará un grupo de 19 senadores y 12 representantes, suficiente para hacer oír su voz en los debates que se hagan sobre los más diversos temas. Es posible que a la colectividad se le excluya de las meses directivas, pero sería un error menospreciarla.
Mientras la hora de resolver esa incógnita llega, valdría la pena que el país empezara a pensar en asuntos no menos trascendentales. Los comicios pasados desnudaron las grandes falencias del sistema electoral colombiano, como lo demuestran el elevado número de votos en blanco y anulados, las denuncias sobre compra de sufragantes y la demora en la entrega de escrutinios, como el de la Alianza Verde.
Por tal motivo, más allá del giro político visto, bien valdría la pena que se empiece a ambientar la necesidad de una reforma, orientada a que la democracia colombiana salga fortalecida y a que el sistema tenga más transparencia. Porque como vamos, no vamos bien.
Ricardo Ávila Pinto
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