Que la economía latinoamericana se ha desacelerado es algo que no tiene discusión. Así quedó claro en la semana que acaba de terminar, tras la reunión conjunta del FMI y del Banco Mundial, realizada en Washington.
Y es que, según el FMI, el crecimiento de la región en el 2013 apenas será del 2,7 por ciento, la tasa más baja de los últimos cuatro años. La causa es la combinación de dos factores en contra que operan como un viento de frente, los mismos que izaron las velas de la actividad productiva hasta hace poco.
El primer elemento es la baja en las cotizaciones internacionales de los bienes primarios, como consecuencia del mediocre desempeño de EE. UU. y Europa, pero sobre todo por cuenta del frenazo que ha experimentado China. Los menores precios del cobre, el carbón, la soya o el café –por mencionar unos pocos– han impactado los ingresos externos de las naciones exportadoras. La única excepción es el petróleo, que se ha sostenido alto, por razones primordialmente políticas, lo que ha beneficiado a los países que venden crudo, como Colombia.
El segundo asunto está relacionado con las tasas de interés globales, que han venido subiendo de forma sostenida. En promedio, el alza ha sido de dos puntos porcentuales, lo cual implica mayores costos de endeudamiento para gobiernos y empresas, sobre todo en las economías emergentes.
Lo que se ha visto hasta ahora puede ser un abrebocas de lo que viene, en la medida en que el Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos empiece a desmontar de manera gradual su política de inyectarle dinero a las instituciones financieras. Ante esa expectativa, es posible que el oleaje en contra sea un poco más fuerte.
Así las cosas, el desafío para América Latina es demostrar que ha aprendido las lecciones del pasado. Y que logrará subir su tasa de crecimiento mejorando la forma en que tradicionalmente hace las cosas cuando la cuesta se pone empinada.
Ricardo Ávila Pinto
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