Apenas han alzado el vuelo los patos y los cazadores ya tienen claro a cuál le van a dar su escopetazo para derribarlo al frío suelo. Apenas ha empezado la recta final para la alcaldía de Bogotá, y los bogotanos ya tienen claro contra quién van a votar. Que la izquierda se ha venido tirando a Bogotá los últimos doce años, dicen unos. Que el voto bogotano es un voto de opinión, dicen otros. Y ahí radica el problema, la falacia del argumento –el voto bogotano no es un voto de opinión–.
Hay que aceptarlo, la mayoría de la izquierda colombiana, sobre todo su cúpula capitalina, ha recurrido a métodos populistas y reaccionarios. También es cierto que le es inevitable ser reaccionario a este sector de la política, pues tanto la Casa de Nariño como el Congreso de la República han estado dominados en las últimas décadas por líderes que abogan por políticas neoliberales, inherentemente en conflicto con muchos de los valores de raíz de la ideología de izquierda.
No obstante, de las tres alcaldías de izquierda de los últimos doce años, una se olvidó, la otra robó, y a la otra pareciera que ni le importó. Lo que de todos modos no se puede aceptar es la popular mentira de que este comportamiento es el mero resultado de haber confiado en el voto de izquierda –es el resultado de votar por Garzón, Moreno y, ante todo, Petro. Este último es el caso más interesante de todos, pues parece que, a pesar de ver a Gaitán al mirarse al espejo, es más como un populista sin plan, sin rumbo, y sin una ideología lo suficientemente pragmática como para verse reflejada en la política pública de la ciudad.
Realmente, ese es el gran problema de la izquierda, tanto bogotana como colombiana: la insuficiencia de políticas pragmáticas, perdidas en la comodidad de haberse convertido en el sector de oposición nacional por definición, por los siglos de los siglos.
Puede ser que Clara López sea un poco más pragmática, con los pies en la tierra, lo que sería un triunfo para Bogotá si consigue ganar las elecciones, pero el problema de la capital es aún más profundo. El problema de Bogotá, y el de Colombia, es el silencio selectivo, abrumado por el caudillismo y oportunismo que abarca el espectro de la política del país. La derecha colombiana, que va desde Álvaro Uribe, pasando por Marta Lucía Ramírez y finalmente llegando a Juan Manuel Santos, es casi igual de reaccionaria y oportunista que la izquierda. Son esos juegos de política, esas mañas corruptas entrañables de la mayoría de la clase política colombiana, los que llevan al país a la polarización. Al final del día no es la izquierda la que acaba con Bogotá, ni el mítico proceso de la ‘caraquización’, sino el silencio selectivo de los bogotanos ante los verdaderos problemas de la ciudad y también del país: la desigualdad sociopolítica, la falta de cultura ciudadana y de convivencia, y la tosca obsesión de seguir urbanizando a pesar de no tener para dónde. El voto solo será de opinión cuando la capital se dé cuenta de que la clase política, derecha e izquierda, se le les está riendo en las narices a los bogotanos.
Sergio Calderón Harker
Estudiante de Filosofía y Política en la University College Maastricht, en Holanda