Desde hace años los observadores vienen registrando el repunte de la inversión extranjera en Colombia, tanto directa como de portafolio. El apetito por nuevos proyectos, la ampliación de los existentes o la compra de papeles públicos y privados, generan flujos que parecían inconcebibles a comienzos de siglo.
Las cifras son elocuentes. Un reporte del Ministerio de Hacienda, con base en datos del Banco de la República, muestra que el saldo de los capitales recibidos con destino a la minería u otros sectores, llegó a 176.000 millones de dólares en septiembre pasado, más de dos veces y medio el monto acumulado hasta el 2008. En el caso de la cartera de títulos, ese valor ascendió a 83.000 millones.
A la luz de semejantes guarismos, es fácil llegar a la conclusión de que hay mayor vulnerabilidad ahora. De hecho, no ha faltado la firma calificadora de riesgo que mencione que al ser los inversionistas foráneos los mayores poseedores de bonos de Tesorería en pesos, más conocidos como TES, ello equivale a tener una deuda externa más alta.
Más allá de entrar en el debate, vale la pena señalar que hay que mirar la otra cara de la moneda. Esta es la de los activos que poseen los colombianos en otras latitudes, debidamente registrados ante las autoridades. Al incorporarse esas cuentas en la ecuación, el punto central es que el desequilibrio es mucho menor de lo que se piensa.
De tal manera, la inversión extranjera directa de empresas nacionales pasó de 15.000 a 55.000 millones de dólares en los últimos diez años. A su vez, la posición neta de las administradoras de fondos de pensiones llegó a 26.300 millones de dólares el pasado septiembre, cinco veces más que en el 2008. Y los activos externos de sociedades no financieras sumaron 27.000 millones de dólares.
En conclusión, hay que mirar la foto completa. Y lo que esta revela es que estamos más integrados con el resto del mundo, algo que no ocurre en un solo sentido, sino que es de doble vía, lo cual es positivo.