Que la manera de ver las cosas cambia radicalmente de un año a otro, es algo que quedó claro ayer con la entrega de la más reciente actualización del informe periódico que hace el Fondo Monetario Internacional (FMI) sobre las perspectivas económicas mundiales. Mientras en enero del 2018 el tono era entusiasta, así reconociera peligros, ahora el organismo habla de debilidades y proyecciones a la baja.
Frente a los pronósticos de octubre, la entidad multilateral hizo un recorte de dos décimas de punto porcentual, algo que puede parece menor, pero no lo es. El 3,5 por ciento calculado para el 2019 es la tasa más baja de los últimos años y responde a factores como las hostilidades comerciales entre Estados Unidos y China; la desaceleración de Europa, en medio de dudas sobre el desenlace del Brexit, y los altibajos en los precios de las materias primas.
América Latina no salió exenta de los recortes y quedó con un aumento del 2 por ciento en su PIB. El deterioro del clima de inversión en México le acabará pasando su cuenta de cobro a la administración de Andrés Manuel López Obrador. Por su parte, Argentina seguirá en recesión y la debacle de Venezuela se profundizará, todo lo cual será un lastre para la región. Parte de ese bajonazo será compensado por Brasil, que ahora se ve mejor, aunque apenas lograría una expansión del 2,5 por ciento.
Junto a lo anterior, está el reconocimiento de que las condiciones en los mercados financieros globales han cambiado radicalmente. El alza en los tipos de interés liderada por Washington es la principal responsable de que los capitales sigan saliendo de las economías emergentes hacia destinos más seguros. Tampoco hay que desdeñar las advertencias sobre el alto nivel de endeudamiento global, más elevado que el registrado antes de que estallara la crisis de finales del 2008.
En consecuencia, las luces de alerta en el tablero de control del planeta son más notorias ahora. De la relativa preocupación de un año atrás, el FMI se ha sumado al bando de los que tienen los ceños fruncidos.