Cuando hace un año los expertos en hacer proyecciones se atrevían a pronosticar la evolución de las exportaciones de Colombia, los más arriesgados hablaban de cifras cercanas a los 36.000 millones de dólares de ventas externas para el 2017. Ayer el Dane mostró que esas apuestas pecaron de modestas, pues la cifra final llegó a los 37.800 millones de dólares, una mejora del 19 por ciento con respecto al año inmediatamente anterior.
Ante el avance, no faltaron los mensajes de congratulación sobre tal o cual política gubernamental. Sin embargo, una mirada a las cifras deja en claro que el mérito principal le correspondió a las cotizaciones de minerales e hidrocarburos, como consecuencia de la coyuntura global que –por cuenta de acuerdos de productores aquí o dificultades de abastecimiento allá– se tradujo en ingresos más altos.
Los datos son elocuentes. Del incremento mencionado, 84 por ciento le corresponde al segmento de combustibles y productos de las industrias extractivas, cuya facturación ascendió a 20.911 millones de dólares, 32 por ciento más que en el 2016. Aquí la sorpresa es que pesaron más las exportaciones de carbón (con un salto del 59 por ciento) que las de petróleo. A su vez, las ventas de oro también subieron.
En contraste, las manufacturas se expandieron en un tímido 2 por ciento, mientras que el renglón de alimentos, bebidas y bienes de origen agropecuario, lo hizo en 7 por ciento. El ritmo mencionado puede calificarse de aceptable, pero la verdad es que la dinámica deja qué desear, sobre todo si se tiene en cuenta el proceso de devaluación del peso en años pasados, que, en principio, nos hace más competitivos afuera.
Aunque la explicación tiene muchos más elementos que el cambiario, el punto de fondo es que la diversificación exportadora anhelada, nada que ocurre. Combustibles y oro representaron en el 2017 el 60 por ciento de nuestras ventas externas, cinco puntos más que en el año previo. Y todo apunta a que en el 2018 esa concentración subirá otro poco.