Incluso en una industria acostumbrada a mover sumas descomunales, los 93.000 millones de dólares en inversiones asegurados por México tras su más reciente oferta de bloques petroleros, fueron recibidos con asombro. El motivo es que el monto en cuestión representa una vez y media los compromisos acumulados que el país de los aztecas había suscrito en nueve rondas previas.
No hay duda de que el éxito en esta oportunidad estuvo relacionado con los contratos que fueron ofrecidos y que cubrían tres áreas específicas del Golfo de México. El potencial de la zona es conocido, a pesar de la profundidad de varios de los yacimientos identificados hasta la fecha, ubicados bajo el lecho marino.
Aunque faltan años antes de que terminen las labores exploratorias y empiece la explotación de los campos que sean viables económicamente, no hay duda de que allí hay una especie de fiebre del oro negro en marcha. A la fecha, son 60 las compañías de diversas nacionalidades –incluyendo a Ecopetrol– que prueban suerte en tierras mexicanas, una cantidad notable cuando se tiene en cuenta que el monopolio de Pemex terminó en el 2013.
De acuerdo con los compromisos asumidos por el sector privado, hay 129 pozos que serán perforados para identificar prospectos. Si las cosas salen bien, México podrá revertir la tendencia que muestra un declive continuo en su producción petrolera.
En el entretanto, las inversiones aseguran que viene un auge en lo que atañe a la contratación de empleos calificados y compra de equipo especializado. Todo apunta a que la actividad económica mejorará, aun si la noticia de un premio mayor sigue pendiente.
Por otro lado, los analistas se preguntan si el entusiasmo en esa parte del mundo reducirá el apetito por otros lugares. La duda es válida porque el monto destinado a inversiones de desarrollo puede ser grande, pero es finito. Colombia, que requiere recursos para solucionar su debilidad estructural en materia de reserva, necesita ser consciente de eso.