Han transcurrido un par de meses desde cuando México, Canadá y Estados Unidos, los países que integran el Tratado de Libre Comercio de América del Norte –más conocido como Nafta por su sigla en inglés– comenzaron el camino de renegociar apartes del acuerdo que lleva más de dos décadas vigente. Aunque los conocedores reconocen que vale la pena ajustar puntos que no estaban en el horizonte en 1994, como sucede con la compra y venta de bienes a través de internet, el motivo principal de la discusión es la postura de la Casa Blanca, cuyo inquilino sostuvo, desde la campaña del año pasado, que las cargas están desequilibradas en contra del Tío Sam.
A pesar de que los diplomáticos sostienen que lograr el humo blanco es posible, los reportes provenientes de otras fuentes afirman que las cosas van mal. Ayer, el diario The New York Times señaló que las posibilidades de un rompimiento suben con el paso de los días, pues varios de los cambios sugeridos por Washington son inaceptables, tanto en Ottawa como en ciudad de México.
Para citar un caso, los estadounidenses quisieran que el componente nacional en los automóviles que fabrican sus socios del área suba hasta 50 por ciento, y que lo traído de afuera de la zona no pase del 15 por ciento, 22 puntos más que en la actualidad. Una variación de esa magnitud alteraría la cadena de suministros de la industria automotriz, por lo cual sus representantes se oponen a la idea.
Tal como van las cosas, es altamente improbable que el objetivo de concluir las discusiones antes de que se acabe el año actual se logre. Y si bien se puede seguir dialogando, Donald Trump ha vuelto a mostrar los dientes, como lo comprobó el Primer Ministro canadiense el miércoles pasado. Dado el carácter impulsivo del mandatario, puede darse el caso de que decida patear la mesa y acabar con el Nafta, sin pensar en la consecuencias.