La sorpresiva decisión del expresidente Álvaro Uribe de renunciar a la curul que ocupaba en el Senado, tras conocerse la noticia de una investigación de la Corte Suprema de Justicia en su contra, altera el panorama político del país. Más allá de los méritos del caso en cuestión, vale la pena detenerse en ciertos cambios previsibles.
El primero es que afecta la gobernabilidad de la administración entrante, pues hace ver al Centro Democrático como una bancada menos fuerte en el Congreso. El exmandatario no solo se encargaba de poner orden entre los integrantes de la colectividad, sino que era el llamado a liderar las negociaciones con otras fuerzas que se presumen cercanas al próximo inquilino de la Casa de Nariño. Debido a tales circunstancias, el avance de los proyectos de ley que presente el Ejecutivo corre el riesgo de volverse más complejo. Aunque ciertas labores se pueden hacer a la distancia, eso es diferente a estar en el terreno.
Por otra parte, el episodio vuelve a levantar los vientos de la polarización. Para una administración que aspira a construir consensos sobre temas fundamentales, se vuelve ahora más difícil sentarse con la oposición, pues no faltará quien señale que esa sería una falta de lealtad con Uribe. Al mismo tiempo, los contradictores de este último empiezan a usar el escándalo para sus propósitos, lo cual enrarece todavía más el ambiente.
Como si lo anterior fuera poco, Duque debe mantenerse en la difícil línea de respaldar la institucionalidad, sin alejarse de su mentor. Este último, a su vez, necesita contener la tentación de involucrarse en asuntos del día a día del Gobierno, ahora que no va a tener la presión del trabajo legislativo.
Tales escenarios son muy distintos a lo que era factible a comienzos de la presente semana. Y aunque eventualmente las aguas volverán a su cauce, no hay duda de que por ahora están revueltas y eso es algo que más de uno considera como inconveniente, a pocos días del cambio de mando.