Falta apenas una semana para que llegue el día de la Navidad, pero nada hace pensar que el entusiasmo propio de la época se contagie a los mercados bursátiles. Para usar la conocida figura, propia del mundo anglosajón, todo apunta a que el espíritu del Grinch se impondrá al de Santa Claus.
Así quedó en claro ayer en Wall Street, cuando los principales índices registraron un retroceso superior al 2 por ciento. En el caso del S & P 500, su cierre fue el más bajo de los últimos 14 meses, lo cual lleva a pensar que los impresionistas perdieron el año.
Desde el punto de vista formal, la causa del bajón es la cita que tiene el Banco de la Reserva Federal en Washington la presente semana. Los más diversos analistas le apuestan a que la entidad subirá en un cuarto de punto porcentual la tasa de interés que les cobra a las entidades financieras por darles liquidez temporal.
El nuevo apretón forma parte de la política de normalización de condiciones que impulsa la entidad desde años atrás, dada la buena marcha de la economía estadounidense, con crecimiento vigoroso y desempleo cerca de mínimos históricos.
Aun así, Donald Trump se fue lanza en ristre contra esa posibilidad, rompiendo otra tradición: la de respetar la independencia de la autoridad monetaria.
El duro pronunciamiento de la Casa Blanca aumenta la sensación de incertidumbre con respecto al futuro cercano. Aparte de lo que pasa al norte de hemisferio americano, la señales provenientes de China, Japón o Alemania no son buenas. Ese es el motivo por el cual el espíritu navideño no se siente en los mercados globales.
Y esa sensación se transmite a los bienes primarios. El precio del petróleo, que ayer volvió a ubicarse debajo de los 60 dólares el barril, es un síntoma de que cada vez más personas creen que los augurios no son los mejores, así la estrella de David mantenga las esperanzas vivas.