Han pasado muchos años desde cuando un baladista argentino llamado Palito Ortega hizo famosa en América Latina una canción cuya estrofa más conocida decía que “la felicidad, ja, ja, ja, ja”. Esa memoria musical sirve para traer a colación el notable esfuerzo adelantado por el Departamento Nacional de Planeación, cuyos resultados se presentaron ayer, concerniente al primer diagnóstico bien fundamentado sobre la felicidad en Colombia.
Hablar del tema es absolutamente válido. Desde hace décadas, un sinnúmero de académicos ha cuestionado los métodos tradicionales de medir el progreso de una sociedad. El Producto Interno Bruto es el referente universal, pero es claro que da una visión sesgada y parcial con respecto a cómo están las cosas en un país o región determinada.
Debido a ello, existen esfuerzos orientados a ampliar el lente. Uno de ellos es el índice de desarrollo humano que elabora Naciones Unidas y que incorpora elementos adicionales como expectativa de vida o niveles de educación, y, más recientemente, indicadores de desigualdad de ingresos.
Sin embargo, un sector de los economistas insiste en que vale la pena hablar de bienestar. El concepto incluye elementos objetivos y subjetivos, los cuales tienen que ver con la apreciación que tiene la gente de su situación individual.
Diferentes trabajos han revelado múltiples sorpresas. Basta recordar que en distintos ejercicios los colombianos han aparecido en las clasificaciones globales como unos de los nacionales más felices, aunque no han faltado los cuestionamientos al tamaño de las muestras utilizadas, o el diseño del cuestionario.
Eso no debería ocurrir en el caso presente. Para comenzar, el número de formularios respondidos ascendió a 9.710, con cobertura en las cuatro ciudades principales y en las regiones definidas por el plan de desarrollo. Las preguntas planteadas fueron cuatro, en las que se trataba de calificar de 1 a 10 la satisfacción general con la vida, la felicidad en el día de ayer, la ansiedad o el nivel de preocupación y el sentimiento de depresión en las pasadas 24 horas.
Los hallazgos tienen mucho de fascinante. Por más que lo afirme el refrán, la conclusión es que el dinero no compra la felicidad, pues lo que les importa a las personas es que aquello que ganan les alcance para cubrir sus gastos y ahorrar. De tal manera, los jóvenes entre 25 años del estrato 1 se sienten mejor que sus pares del 5 y 6. En general, el estrato 3 es el más satisfecho de todos.
Por otro lado, los medios resaltaron que los hombres son más felices que las mujeres, pero si se excluye el estrato 1, esa diferencia desaparece, por lo cual queda claro que la brecha de felicidad se ubica en los hogares más vulnerables. Y en cuanto a las minorías, como indígenas o afrodescendientes, se sienten mucho mejor los que viven en el campo y no en la ciudad.
Los resultados obtenidos son el primer paso de un esfuerzo de largo plazo que servirá para diagnosticar, con mayor precisión, la realidad de los colombianos. Por ahora, las comparaciones sugieren que estamos por encima del promedio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde), aunque el índice mundial de la felicidad nos ubica en el puesto 31 entre 157 naciones.
Avanzar en ese frente requerirá acciones puntuales y sostenidas, sin que ello implique perder la característica propia de verle el lado bueno a la vida. Tal como lo señaló Aristóteles, desde hace más de 20 siglos, la búsqueda de la felicidad debe ser uno de los propósitos centrales del ser humano. Ahora, de lo que se trata es que el trabajo de Planeación sirva para que los colombianos la alcancemos más rápido.
Ricardo Ávila Pinto
ricavi@portafolio.co
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editorial
El propósito de la vida
Desde hace décadas, un sinnúmero de académicos ha cuestionado los métodos tradicionales de medir el progreso de una sociedad.
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