No han cesado todavía los mensajes en las redes sociales y los pronunciamientos de las más diversas procedencias, tras lo sucedido en La Guajira la semana pasada, cuando varios integrantes del equipo negociador de las Farc en La Habana protagonizaron un acto público en el corregimiento de Conejo, cercano al casco urbano de Fonseca. La presencia de guerrilleros armados en el lugar llevó al Gobierno a hablar con particular dureza y dejó en la opinión la certeza de que estamos otra vez frente a una crisis seria, a escasas cuatro semanas de se cumpla el plazo fijado para llegar a un acuerdo.
Que la dura respuesta del Ejecutivo estaba fundamentada es algo difícil de debatir. Pero más allá de los detalles del episodio, quienes siguen de cerca las conversaciones en la capital cubana venían señalando que estas habían avanzado poco por cuenta de posturas sobre las cuales ningún lado parecía dispuesto a ceder.
El resumen de esos obstáculos fue hecho por el propio Juan Manuel Santos el viernes, cuando señaló que “el pueblo colombiano quiere y exige definiciones ya para recuperar la confianza en el proceso”. Al reiterar que el calendario es uno solo, el mandatario concluyó diciendo que “de no ser así, los colombianos entenderemos que las Farc no estaban preparadas para la paz”.
Aparte del ultimátum, vale la pena entender cuáles son las trabas. Sin desconocer que los aspectos operativos son complejos, realmente aquí es donde se encuentran los grandes escollos, pues el Presidente volvió a trazar las que considera sus líneas rojas.
La primera es el mecanismo de refrendación. Más allá de que el plebiscito sobreviva el examen de la Corte Constitucional, el asunto es que la administración se opone radicalmente a una constituyente, que podría ser un verdadero salto al vacío.
El segundo tema es la exigencia de un cese al fuego y de hostilidades definitivo, con un cronograma preciso, que tenga verificación de las Naciones Unidas. Solamente cuando estos pasos se concreten, podría la guerrilla empezar a hacer proselitismo político, y los beneficios jurídicos serían imposibles de conceder mientras esta siga en poder de los fusiles.
Un tercer punto es el de los sitios de concentración de integrantes del grupo subversivo, que no solo deberían ser reducidos en número, sino estar alejados de la población civil. Dicho de otra manera, no habría zonas de despeje, pues el mensaje es que no existirán lugares vedados para la Fuerza Pública.
Finalmente, está el sistema de elección de los magistrados del tribunal especial, encargado de adelantar los procesos relacionados con el sistema de justicia transicional acordado. En contra de los deseos de las Farc, sus dirigentes no podrán meter mano en su conformación, ya que los jueces deberían ser designados por terceros.
Ahí están resumidos los impasses que impiden llegar al humo blanco. Dada la oposición que han expresado en diferentes ocasiones los negociadores de la guerrilla a cada uno, es claro que ahora sí llegó la hora de la verdad y que su compromiso con una salida negociada al conflicto está supeditado a que sepan dar marcha atrás y plegarse a las líneas rojas establecidas.
Es de suponer, que lo que viene no será fácil, sobre todo cuando la cuenta regresiva sigue su curso. Sin embargo, para una opinión que ve con creciente escepticismo las negociaciones en la capital cubana, es fundamental que las Farc hagan lo que les corresponde para recuperar la credibilidad en este esfuerzo de más de tres años. Tensar la cuerda, justo cuando ya no queda mucha en el carrete, podría ser un error insalvable.
Eso para no hablar de la torpeza de la guerrilla, que en La Guajira demostró, una vez más, que no solo es proclive a la soberbia, sino a la trampa. Por eso, ahora solo le queda demostrar que es capaz de atenerse a las reglas de juego, a menos que opte por patear el tablero en el último minuto.
Opinión
La hora de la verdad
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Ricardo Ávila
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