A pesar de contar con un buen número de contradictores por las implacables decisiones que tomó a lo largo de su carrera, nadie habría imaginado hace pocos días que la trayectoria de Carlos Ghosn terminara de manera tan estrepitosa.
Descrito como el salvador de Renault y de Nissan en dos épocas distintas, este ejecutivo nacido en Brasil y educado en Francia, era, en la práctica, la cabeza de la alianza de marcas –junto con Mitsubishi– con mayores ventas de vehículos en el mundo: cerca de 11 millones de unidades en el 2018, de acuerdo con las proyecciones más recientes.
El motivo del descalabro no fue otro que haberles mentido a las autoridades tributarias de Japón sobre sus ganancias anuales, un crimen inaceptable en la tierra del sol naciente. Arrestado ayer en Tokio, es inminente el despido de los cargos que ocupaba.
El baldado de agua fría resultó ser de tal magnitud que condujo al desplome en los precios de las acciones de las compañías señaladas.
La gran preocupación de los inversionistas es qué va a pasar con un esquema que había resultado sumamente exitoso, justo cuando la industria automotriz se enfrenta a los desafíos de la propulsión eléctrica y la conducción autónoma. Conseguir un timonel que sepa moverse como pez en el agua tanto en la cultura francesa como en la europea, no será fácil.
Por su parte, no faltarán las reflexiones en las facultades de administración con respecto a la ética de los grandes capitanes del sector privado. Para más de un analista, el inmenso poder que acumula una persona lo lleva a creer que puede romper las reglas de manera impune, pues todo sugiere que Ghosn llevaba años cometiendo irregularidades.
No hay duda de que revelaciones adicionales se conocerán en los próximos días. Aparte de su millonaria remuneración –cuestionada desde hace rato en tierras francesas y japonesa– hay sugerencias de abusos de otra índole. Falta ver si esa lección sirve en otras latitudes, en donde se mantiene vigente aquel principio de que ‘el fin, justifica los medios’.