La probabilidad de una guerra comercial que podría afectar seriamente a la economía mundial, se redujo de manera importante el sábado en Washington. Así lo indicaron los reportes de prensa, según los cuales las conversaciones entre Estados Unidos y China sobre sus relaciones llegaron a un consenso, después de que los enviados de Pekín manifestaron su disposición a eliminar barreras con el fin de importar más bienes made in USA.
Sobre el papel, esta es la salida ideal para desmontar la amenaza de la Casa Blanca, orientada a subir de manera significativa los aranceles que pagan los productos chinos cuando entran a territorio norteamericano. En lugar de elevar barreras, la idea de disminuirlas y permitir que los desequilibrios actuales en el intercambio se solucionen con un mejor acceso, es la correcta.
El anuncio de los dos lados que han llegado a un acuerdo sobre cómo reducir el déficit comercial estadounidense con el país asiático. No obstante, algunos representantes de la línea dura en el gobierno republicano señalan que China usualmente hace promesas que no necesariamente se traducen en realidades, pues en el pasado también se ha dicho que habría más compras de productos al país del norte, sin que estas se hagan efectivas. Además, está la discusión sobre lo útiles que resultan las amenazas a la hora de obtener concesiones. El mensaje de fondo es que aquel que puede apretar más duro es el que consigue imponer sus posiciones.
Aunque dicha lógica siempre ha imperado en el mundo, la aspiración de los defensores del libre comercio era que un sistema basado en reglas pusiera a todos los países en igualdad de condiciones. En cambio, lo que ahora parece imponerse es la ley del más fuerte, lo cual no es una buena noticia para las economías emergentes.
Y es que si China ha cedido, es de imaginar que el poder negociador de una nación más pequeña, como Colombia, quedaría muy disminuido. El no haber podido conseguir que se levanten las sanciones en el caso del acero y el aluminio, lo confirmaría.
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@ravilapinto