Falta apenas un mes antes de que Andrés Manuel López Obrador (AMLO) empiece su periodo como presidente de los Estados Unidos Mexicanos, y las turbulencias ya comenzaron. Así quedó en evidencia este lunes, después de que el mandatario electo anunció que no proseguirá con las obras de construcción del nuevo aeropuerto internacional en la capital (NAIM), en el vecino municipio de Texcoco.
A pesar de que la obra comenzó en el 2015 y lleva un avance del 31 por ciento, la polémica en torno a la obra no cesa. Para sus detractores, el proyecto presupuestado en 13.000 millones de dólares, constituye poco menos que un ecocidio. Sus defensores argumentaban que era la mejor salida posible.
En consecuencia, AMLO apoyó la celebración de una consulta popular –en la que votó en blanco– que, por una amplia mayoría, rechazó la iniciativa. Aun así, la participación apenas superó el millón de personas, que equivale al 1 por ciento de la población total.
Ahora la idea es habilitar un aeropuerto militar, mejorar el existente y apoyarse en la terminal que queda en Toluca. El líder del gobierno entrante sostuvo que eso generará ahorros por 5.000 millones de dólares, aunque a decir verdad no es claro qué pasará con los contratistas que se habían ganado la licitación del NAIM. Más allá de la idea de darles trabajo equivalente, no es descabellado pensar en demandas y reclamaciones millonarias.
Aparte de la polémica sobre el mecanismo utilizado y sus consecuencias, es indudable que los mercados no reaccionaron bien ante la noticia. Ayer, la bolsa mexicana perdió cerca de un 2 por ciento y el dólar superó la barrera simbólica de los 20 pesos.
El sacudón se explica no solo por la cancelación del emprendimiento, sino por la señal en contra de la continuidad de ciertas políticas y el distanciamiento frente al sector privado. La preocupación es que el flujo de inversión extranjera se vea alterado, pues la confianza en que las reglas de juego claves se respetarán, acaba de ponerse en duda.
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