En lo que va corrido del presente siglo, el crecimiento económico promedio de Colombia ha sido del 4 por ciento anual. A la luz de ese guarismo, la cifra del año pasado –1,8 por ciento, según lo informó el Dane el jueves de la semana que termina– se encuentra en un nivel muy inferior al del pasado reciente.
Lo anterior deja en claro que más allá de que el resultado final haya superado en un par de décimas de punto porcentual las expectativas de los expertos, la distancia frente a lo que se podría considerar como aceptable todavía es grande. Incluso las perspectivas para el 2018 y el 2019 se ubican por debajo de la media citada, debido a que el potencial de expansión es ahora cercano al 3,5 por ciento.
Cómo ubicarse por encima de ese guarismo es algo que debería formar parte central del debate entre los candidatos a la Presidencia de la República. El motivo es que los expertos señalan que aumentar la tasa de incremento posible del Producto Interno Bruto es algo que requiere no solo romper cuellos de botella conocidos como el atraso de la infraestructura, sino mejoras importantes en productividad, las cuales pasan por combatir la informalidad, mejorar la capacitación de la fuerza de trabajo o invertir en ciencia y tecnología.
Aunque es difícil oponerse a esos objetivos, pocos aceptan que solo adoptando un programa ambicioso de reformas, será posible fijar las condiciones para que la economía colombiana crezca más rápido. Hacer las intervenciones que se requieren implica, en más de una oportunidad, acabar con prebendas y privilegios, algo especialmente difícil en una ciudadanía que reacciona mal cuando se le piden sacrificios.
Debido a ello, lo que prima en la campaña actual son las promesas sin dolor, como esa de las pensiones para todos sin cambiar la edad de jubilación, o la de gastar más aquí y allá sin necesidad de subir los impuestos. Y aunque esos compromisos pueden servir para conseguir votos, no necesariamente van a funcionar a la hora de darle un empujón al crecimiento. Seguiremos, entonces, dependiendo de bonanzas pasajeras, a menos que nos aboquemos a la tarea.