Los observadores que ven con creciente preocupación la posibilidad de una guerra comercial más intensa entre China y Estados Unidos, exhalaron un suspiro de alivio cuando la prensa norteamericana reportó que Pekín había aceptado hacer una concesión importante. Esta consiste en reducir del 40 al 15 por ciento los aranceles que pagan los vehículos ‘Made in USA’ , a la hora de ingresar a la nación más populosa del mundo.
Aunque falta que el asunto se formalice, la noticia aumenta las probabilidades de un entendimiento cuando las autoridades de los dos países se reúnan a finales de enero próximo. Mientras tanto, la tregua de 90 días acordada en Argentina sigue su curso.
Si bien los plazos son estrechos, la flexibilización de la postura china sirvió para que las acciones subieran más de 1 por ciento en Wall Street. Sin embargo, el entusiasmo acabó siendo efímero cuando Donald Trump amenazó con cerrar las operaciones del Gobierno Federal si el Congreso no le aprueba una partida de 5.000 millones de dólares para construir una parte del muro que tanto le obsesiona, en la frontera con México.
Pero más allá de ese obstáculo puntual, lo importante es que el conflicto entre las dos economías más grandes del planeta se desactive. Contener la oleada proteccionista resulta clave para la marcha de la producción global, cuyas perspectivas se han oscurecido.
Lo anterior no quiere decir que el desequilibrio que inspiró la ofensiva de la Casa Blanca se corrija. La semana pasada, las cifras del Gobierno estadounidense mostraron que el déficit comercial total sigue subiendo, a pesar de las barreras impuestas. En los primeros diez meses del 2018, el saldo en rojo tuvo un alza del 11 por ciento, con lo cual superaría con creces los 566.000 millones de dólares del 2017.
No obstante, es probable que a Trump eso le importe menos. A fin de cuentas, el mandatario necesita mostrar que sus tácticas de intimidación funcionan con cualquier adversario. Que eso equilibre la balanza, es otra cosa.
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