Todavía están frescas en la memoria las impresionantes imágenes de la semana pasada, cuando cientos de miles de venezolanos salieron a las calles de Caracas con el fin de exigir a las autoridades electorales una pronta definición de las fechas en las cuales tendría lugar el referendo revocatorio en contra de Nicolás Maduro. Las movilizaciones, que seguirán en los próximos días, no solo han puesto al Gobierno a la defensiva, sino que comprueban la capacidad de la ciudadanía de hacer oír su voz, a pesar de las medidas del oficialismo.
Las razones del descontento con el actual inquilino del Palacio de Miraflores son muchas, pero se centran en un notable deterioro de la calidad de vida. Según los cálculos disponibles, la economía sigue en picada, mientras que la inflación se consolida como la más elevada del mundo. La inseguridad tampoco disminuye, al tiempo que la escasez en los anaqueles tiende a aumentar, debido a la falta crónica de divisas.
En medio de ese panorama puede sonar sorprendente que exista alguien satisfecho con la situación, aparte de las fichas del régimen bolivariano y aquellos que logran pescar en el río revuelto de las restricciones cambiarias. Pero así es. Los tenedores de bonos venezolanos siguen haciendo un gran negocio, y algunos consiguen rendimientos del 25 por ciento anual en dólares, algo casi impensable en el mundo actual.
El motivo es que, en contra de lo que pudiera creerse, el país vecino ha cumplido fielmente con sus pagos de deuda. A pesar de que esos recursos podrían utilizarse para aliviar los problemas que crean la imposibilidad de encontrar medicamentos o un buen número de artículos de primera necesidad, es claro que los compromisos externos están primero. Pocos dudan que el pago de 3.000 millones de dólares que se vence en octubre y noviembre será una realidad.
Entender la lógica de que el socialismo del siglo XXI se rinda ante los inversionistas extranjeros es difícil para muchos. No obstante, Maduro sabe que un impago de las acreencias venezolanas le obligaría a buscar clientes distintos para el petróleo y le cerraría las puertas del comercio exterior, con lo cual sus horas estarían contadas.
Arriesgarse a que se acabe el suministro de comida, o a que le quiten activos en el exterior, es otra amenaza para el líder chavista. Por eso sigue pagando lo que debe.
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Y siguen pagando
Maduro sabe que un impago de las acreencias le obligaría a buscar clientes distintos para el petróleo y le cerraría las puertas del comercio exterior.
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Ricardo Ávila
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