Antes de que la vacuna comenzara a distribuirse, las mascarillas se encontraban entre las únicas “armas útiles” para detener el Sars-CoV-2, virus que causa el Covid-19. Este elemento de protección individual, aparentemente ineficaz, tuvo que sortear dificultades antes de ser admitido como herramienta para frenar la epidemia.
Funcionarios de la salud estadounidense desalentaron su empleo en las primeras semanas de la pandemia, argumentando su ineficacia. Incluso, después que dieron marcha atrás y comenzaron a estimular su uso, el expresidente Donald Trump minimizó su importancia al presentarse en televisión, en el primer debate presidencial contra Joe Biden, sin la mascarilla, estando contagiado.
Como ha podido establecer el centro para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) de EE. UU., las mascarillas no solo proporcionan una barrera física contra gérmenes esparcidos en la atmósfera, sino que evitan que el usuario, a través del estornudo o por medio del habla, expulse microorganismos potencialmente infecciosos.
Y aunque las mascarillas no son perfectas, un estudio con datos de 300.000 personas publicado por la revista The Lancet comprobó su efectividad cuando cubren nariz y boca. Con todo que la investigación no es prueba definitiva de su eficacia, lo cierto es que han hecho su trabajo.
El cubrebocas se convirtió en algo habitual en Asia Oriental hace dos décadas cuando apareció el Sras, síndrome causado por un coronavirus asociado al Sras-CoV. Este contagio registró el mayor número de casos en Japón, Corea del Norte y China antes de que se pudiera contener en el año 2003.
Los síntomas incluían fiebre, tos seca, dificultad para respirar, y en su momento no existía un tratamiento, aparte de los cuidados personales, donde las mascarillas desempeñaron un papel fundamental.
En algunos países de Asia su empleo se generalizó debido a razones culturales y al acuciante problema de contaminación, especialmente durante temporadas de resfriados y gripe. Cuando Covid-19 apareció, a finales de 2019, los asiáticos ya estaban familiarizadas con las mascarillas.
El hecho de que las vacunas certificadas por la Organización Mundial de la Salud sean muy efectivas, no significa que las personas vacunadas dejen de usar este elemento de protección individual, y eso se debe a las nuevas variantes que han surgido del virus, para las que las vacunas no fueron proyectadas, pero donde las mascarillas si funcionan, independientemente de las variantes que puedan aparecer del virus.
La pregunta que hoy se hace el mundo, especialmente en los países occidentales es: ¿cuánto tiempo más tocará usar la mascarilla después que termine la vacunación?, o acaso: ¿ha llegado para quedarse? Las respuestas tienen dos aristas: A.) Por las desventajas como la incomodidad y las dificultades para respirar, es probable que no se quede. B.) Por los beneficios obtenidos al usarla durante esta pandemia, es posible que no desaparezca por completo, al punto de que su utilización llegue a reglamentarse.
Ricardo Gaitán