Las noticias que produce Trump todos los días son tan desconcertantes que bien se podría pensar que se trata de una novela de algún escritor con mucha imaginación. Que la primera potencia que lideró la construcción del orden mundial, la cual ha permitido estabilidad en los últimos 70 años, sea precisamente la que lidera ahora su destrucción, es algo paradójico y asustador.
Atacar de manera sistemática todo el tramado institucional que se había construido a lo largo de este periodo y que tenía como cimiento fundamental esa visión del mundo que defendían Estados Unidos, en la que, después de las tragedias de las dos guerras mundiales, se abogaba por un esquema de multilateralismo, globalización y cooperación entre los países, es algo verdaderamente incomprensible.
Mas incomprensible es que un país conesas características haya elegido un personaje tan exótico que puede llegar a causar tanto daño a la humanidad. Son ya muchos los testimonios de personas que han estado en su círculo cercano, quienes describen a un individuo y una Casa Blanca que parecerían una caricatura, y que podría causar risa si no fuera por que todos coinciden en que es una descripción acertada de cómo transcurren los días en algo que más parece un manicomio.
El narcisismo, la incapacidad para concentrarse, para leer un documento o para oír a sus asesores y, por el contrario, la obstinación con que defiende algunas ideas preconcebidas que no tienen sustento ni en las teorías ni en los hechos, generan una situación de inestabilidad al país y al mundo bastante preocupante.
El último libro de Bob Woodward, que se suma a los varios publicados, inquieta, todavía más, por el conocimiento que tiene este periodista sobre las presidencias de los últimos 50 años y de las realidades de la política de Washington.
En un muy buen análisis de la coyuntura política norteamericana, Gabriel Silva, dos veces embajador en Washington, ponía de presente, en estos días, la trascendencia que tendrán las elecciones de noviembre y lo que está en juego.
Advertía Silva, también, el riesgo que supone que un personaje tan ególatra quiera dar un golpe de opinión para impulsar a sus candidatos, y ya vemos cómo el tema de Venezuela cada vez aparece en el escenario como una de esas posibilidades para que Trump pueda expresar su belicismo, quién sabe con que consecuencias.
Colombia en ese torbellino tiene que ser más cuidadosa que nunca, para no dejarse llevar por el guerrerismo de Trump quien, seguramente, va a aprovechar la debilidad que nos ha traído el desastre que tenemos en materia de narcotráfico para presionarnos.
Han sido varias las señales preocupantes en estos días, y ojalá en la reunión sostenida por el presidente Duque con Trump, la presión no haya sido excesiva para caer en la tentación de jugar a la guerra. Puede ser difícil manejar esta situación con un Trump desbordado pero, con presión o sin ella, Colombia tiene que preservar la serenidad y recordar la frase tan mencionada por estos días de Alfonso López: “Una guerra con Venezuela puede durar tres días y las consecuencias cien años”.
Ricardo Villaveces P
Consultor privado / rvillavecesp@gmail.com