Por razones bien conocidas, la semana pasada Dominique Strauss-Kahn renunció a la presidencia del FMI. Próximamente, el Directorio Ejecutivo del Fondo habrá de elegir su reemplazo.
Todo pareciera indicar que, una vez más, se repetirá el ritual mediante el cual el Directorio ratificará la decisión tomada por unos pocos en Berlín, Londres, París y Washington, que favorecerá al candidato propuesto por los europeos.
Es indignante que en pleno siglo XXI, con las economías en desarrollo representando cerca de la mitad del PIB mundial, medido a tasas de cambio de paridad, contribuyendo con prácticamente la totalidad del crecimiento global de los últimos tres años, teniendo cerca del 85% de la población mundial y habiendo, en la última década, manejado sus economías de forma mucho más prudente que los países desarrollados, la gerencia del FMI siga siendo considerada un derecho adquirido de los europeos, contraparte al de los americanos en la presidencia del Banco Mundial.
Si alguna vez hubo una excusa para que el FMI fuese liderado por alguien proveniente de un país desarrollado, la misma desapareció de tajo con los recientes programas de salvamento de diversas economías europeas y la creciente posición acreedora de países como China y Brasil.
La indignación sería ligeramente menor si los europeos se tomaran la molestia de escoger el mejor candidato dentro de su propia gente, pero ello no es así. A ese baile no están invitados destacados candidatos de Europa del Este, de Turquía o de los países bálticos. Sin aún tener completa la lista de candidatos, y no obstante haberse anunciado el 23 de mayo que se trata de “un procedimiento abierto, basado en mérito y transparente”, el Ministro de Finanzas de Inglaterra se apresuró a señalar que la ministra de Finanzas de Francia, Christine Lagarde, era el mejor candidato disponible. El enfado también podría ser menor si los candidatos escogidos por los europeos tuviesen un firme compromiso con el FMI.
Ello tampoco ha sucedido. En el 2004, Horst Köehler abandonó intempestivamente la gerencia para ser candidato a la Presidencia de Alemania. En el 2007, Rodrigo Rato se retiró a mitad de su período para proseguir una lucrativa carrera en el sector financiero, y era evidente la intención de Strauss-Kahn de no completar su término, para poder aspirar a la Presidencia de Francia.
Ahora bien, es difícil pedir que a uno lo ayuden si uno mismo no está dispuesto a ayudarse. La rapidez con la que los países emergentes han salido a criticar un proceso de selección sesgado, en favor de los europeos, contrasta con la incapacidad de ese bloque de tener un candidato de consenso.
En días pasados, México propuso el nombre de Agustín Carstens, actual gobernador del Banco de México, ex ministro de Finanzas de su país y ex número tres del FMI. Sin duda, él cuenta con mejores credenciales que Lagarde para asumir la gerencia del Fondo.
Ojalá pronto logre el respaldo de otras economías emergentes, incluida Colombia. Si estas no se unen detrás de un nombre, estarán dándole a los países desarrollados no europeos, que cuentan con los votos decisivos (EE.UU., Australia, Canadá y Japón, entre otros), la mejor disculpa para que, sin siquiera sonrojarse, apoyen al candidato europeo.