Algo anda mal en el manejo de la economía, y en la tolerancia a la inequidad, cuando un país acepta que, en su mejor momento, el 60% su población activa esté desempleada o empleada marginalmente (antes de la pandemia).
Y no basta argüir que nació subdesarrollado y que por rasgos culturales sea incapaz de hacerlo mejor. ¡Basura! Otros, muy diversos y desde simas más profundas que las colombianas, lograron salir del hoyo y proporcionar bienestar con equidad.
No hay que remontarse hasta la Guerra de los Mil Días para olisquear el reguero del mal manejo económico. Más próximo, desde la II Guerra Mundial, se impuso con lavado de cerebro que a la América Latina había que congregarla en un gran bloque subdesarrollado para aplicarle las recetas emanadas desde la Cepal. Se hizo y cuando la semiautarquía formulada fue insuficiente y defraudó expectativas, los oráculos se movieron hacia las virtudes del mercado sin Estado y la globalización. Tal esquema no tiene nada de malo per se, siempre que un país esté armado para aprovecharlas. Colombia no lo ha estado.
No hubo imprevisión académica. Muchas de las mejores mentes del país derivaron hacia la ciencia económica y se formaron en las mejores universidades de Colombia y del mundo. Sabemos mucho de macroeconomía y es muy útil.
Difícil entender, empero, por qué el país lleva 70 años de frustraciones para terminar con el 60 % de su gente en la precariedad. La violencia tiene algo que ver.
Los 20 años de paz del Frente Nacional fueron desde una base muy baja los mejores para mejorar índices de bienestar. Y los peores fueron los copados por el narcotráfico y por una subversión marxista en el desvarío y convencida que había que destruir país para llegar a la perfección social.
¡Ah, los puntos del PIB que no volverán! La paz es una consideración necesaria, pero no suficiente.
A don Sancho Jimeno, el héroe de Cartagena en 1697, no le alcanzó la vida para experimentar las reformas borbónicas del siglo XVIII. Se conoce, sin embargo, que, después de una guerra terrible en la Península, la Monarquía hispana escogió el cambio porque las cosas no iban bien. Todavía se debate sobre los resultados, pero esa es otra historia. En Colombia también hay que cambiar, y de algo han de servir las experiencias acumuladas, propias y ajenas, donde el cambio ha brindado bienestar e inclusión.
Algunas lecciones son incontrovertibles. Se sabe que la libre empresa y la economía de mercado son inmejorables para asignar recursos y multiplicar riqueza. Se sabe también que el empresario o la firma, sin sus resabios, es el agente de esa óptima asignación, siempre que sea en un ambiente de competencia. Y porque esta última tiende a colapsar dejada al arbitrio de los agentes, el Estado es esencial para regularla.
Un Estado incorruptible debe, además, proveer bienes públicos y, se ha demostrado, debe orientar el crecimiento con educación, fiscalidad, incentivos y un sesudo apoyo directo. En ello consiste el éxito de los países que salieron de pobres, y en ello Colombia ha sido laxa, cuando no desacertada. Mucho anda mal.
Rodolfo Segovia Salas
Exministro - Historiador.
rsegovia@sillar.com.co