Dicen que antes de dos meses habrá acuerdo final con las Farc. Una vez cocinado el blindaje de mecanismos que las libran de la cárcel, se ha superado el último escollo. Los hábiles medio genios y medio rábulas que armaron los artilugios le metieron acuerdo especial humanitario, avalado por la Cruz Roja y depositado bajo llave en Suiza, que será refrendado por el Consejo de Seguridad de la ONU. Y para ponerle color local, involucraron Congreso, Corte Constitucional y pueblo soberano (con presencia un tanto recortadilla). Todo un sándwich cubano constitucional.
Un rescoldo, sin embargo, continúa produciendo escozor aún entre quienes son partidarios de apaciguar a las Farc: en ningún aparte de las conversaciones o declaración de la guerrilla se habla de contrición o de propósito de enmienda. Púdico manto cubre décadas de matanzas y destrucción del patrimonio común que no son materia de los acuerdos de paz. No han dicho que están arrepentidas. Y según la moral revolucionaria, no tienen por qué estarlo. Por lo mismo, hay quienes sospechan que votos en vez de balas no es más que un oasis de conveniencia. En la lucha por el poder, regresarían a los senderos de muerte, con las armas que no han entregado, sino ‘dejado’, si lo consideren tácticamente oportuno.
Los niños secuestrados por las Farc aprenden que la moral revolucionaria nada tiene que ver con el ángel de la guarda de su cuna, ni las nociones maternas del bien y el mal. Se le enseña que el bien y el mal son conceptos políticos subordinados a un propósito más grande: instaurar la sociedad perfecta, libre de la propiedad privada y, eventualmente, libre del Estado mismo. Todo lo demás es bazofia burguesa. Desde esa óptica, nada de lo actuado en la lucha revolucionaria es reprensible. Lucha que por el momento intentarán desarmados, pero sin repudiar la moral revolucionaria. El fracaso patente de la izquierda democrática latinoamericana no hará sino atornillarlos en ese discurrir.
Sucede, empero, que la moral de la sociedad colombiana es de raigambre platónica, por vía del cristianismo. Los fundamentos de la convivencia parten de que el bien en abstracto es el bien supremo, de donde se infiere el rechazo del mal. La moral platónica, por lo tanto, no admite subordinación a crueldades en aras de una visión de sociedad ideal. Lo bueno es simplemente bueno porque es bueno, como argumentó con gran lucidez Kant 2.000 años después de Platón. Serían, entonces, las Farc las que deberían renunciar a la moral revolucionaria para integrarse al resto de Colombia como manifiestan. Por estos días en que casi todo el mundo anda pidiendo perdón, excepto las Farc, hace falta, entre tantas creativas argucias jurídicas, el capítulo del arrepentimiento con propósito de enmienda.
Muerto don Sancho Jimeno, el héroe de Cartagena en 1697, se acordó la paz, a la que él se hubiese opuesto, con los indomables esclavos cimarrones del capitán Nicolás de la Rosa en el arcabuco más allá del Canal del Dique. El santo obispo Antonio María Cansiani, de la venerada orden de San Basilio, medió un pacto provechoso. En 1716, los palenqueros obtuvieron legalmente su libertad, la normalización del comercio con Cartagena y el derecho a conservar sus tradiciones, a cambio de jurar al rey y meterse bajo campana. Aceptaron al cura para lo espiritual, pero sin que nadie fuese a gobernarlos en su comunidad. La nueva parroquia se llamó San Basilio de Palenque. Hubo tácita aceptación de la moral platónica.
Rodolfo Segovia
Exministro - Historiador
rsegovia@sillar.com.co
Moral revolucionaria
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