El ingreso per cápita de casi todas las naciones del Pacífico comenzó a aumentar porque las tasas de crecimiento del PIB se dispararon sostenidamente por encima del 5 %. No existe fórmula distinta en la carrera hacia el bienestar.
Su receta del éxito no es misteriosa: aumentaron rápida y sensiblemente la productividad de los factores de producción, en casi todos los casos sin riquezas naturales fácilmente explotables que impulsarán la economía.
La hojita de ruta es diáfana: educación, infraestructura, competencia, apertura inteligente del comercio, y, con lo anterior, el pleno empleo formal. Nada impensable para gentes emprendedoras, con una mota de voluntad política y dedicación al bien público -falta que hace.
Colombia ha vegetado alrededor del 3 %, excluidas bonanzas que, de todas maneras, se hace institucionalmente lo imposible para evitar que regresen. Se tiene mucha esperanza en la paz, aunque su parafernalia circundante se diría adversa al aumento de la productividad total de factores.
Sin crecimiento no hay paraíso, como no sea el triste paraíso estático de Cuba o en regresivo de Venezuela. Don Sancho Jimeno hacia 1697 vivió en épocas de regresión secular de España. De ahí que tuviera que defender con ahínco lo suyo desde Bocachica. Sin aumento en bienes y servicios, la única manera de enriquecerse entonces era arrebatando lo ajeno; a eso vinieron los piratas de De Pointis. Hay quien sostenga, que, como en la Madre Patria de los tiempos de Don Sancho, el decaimiento estimula cacasenos.
La cifras nudas de las últimas décadas tienden a demostrar que el famélico 3 % colombiano de largo plazo ha ido de la mano con la demografía. La población activa entre 20 y 60 años creció como una especie de edén laboral, acompañado de mayores tasas de participación por la inclusión de la mujer en la fuerza de trabajo. Ese insumo bruto sostuvo la tasa de crecimiento económico. El recreo llegó a su fin, a menos que se incremente, y pronto, la edad de jubilación.
El stock de capital también ha ido en aumento, mientras la tasa de inversión ha promediado un razonable 25 % del PIB. Son cifras alentadoras, si bien deslucidas por un ínfimo aumento de la productividad en menos del 1% anual.
Dadas las variables anotadas y según modelos económicos, la tasa de crecimiento alcanzable, asumiendo que no hay brecha de producto entre el PIB observable y el PIB potencial, sería algo más del 3 %. Mediocre. Se desperdicia el loable equilibrio fiscal y el aún más plausible control de la inflación, condiciones necesarias, pero no suficientes.
Algunos aspectos, ojalá de corto plazo, ensombrecen la coyuntura. La corrupción frena el motor infraestructura. Muchas 4G no lograrán el cierre financiero. Navelena no es único. El flujo de capital pierde fuerza. Banqueros y fondos antes entusiasmados con Colombia reconsideran asustados, a pesar de la credibilidad de la ANI.
De otra parte, la gran minería, esperanza por su influencia sobre la cuenta corriente y las finanzas públicas, va directo hacia la UCI. Colombia está llena de oro, se sabe desde la Colonia, pero es coto privado de mafias. El temor al cambio induce al mundo rural a esconder riquezas, a vedar su acceso. ¿Y el resto de los colombianos qué?
Colombia marca bien en los índices de felicidad por optimista. El optimismo paga hasta con la Selección. Se irá agrietando, empero, si la nación no sale de mediocre.
Rodolfo Segovia*
*Exministro de Hacienda rsegovia@sillar.com.co
Optimismo alicaído
El optimismo paga hasta con la Selección. Se irá agrietando, empero, si la nación no sale de mediocre.
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