Siempre hay que saber si el camino andado está llevando a la meta, lo que significa diagnosticar si la vía conduce al bienestar.
No es así en Colombia donde tristemente la senda entristece: el 60 % de los colombianos caen en el empleo es informal. Muchos dirigentes lo conciben como la cetina de la sociedad. Allí va a dar todo lo que no cabe arrumado nítidamente en los pañoles. Muchas de sus causas, como, p. e, los impuestos a la nómina, han sido identificadas de tiempo atrás. No hay voluntad política para corregirlas porque conllevan impactos fiscales... Problema de prioridades.
No aprovecha el ir a buscar los males de Colombia en 200 años de vida independiente. Han abundado las equivocaciones (y los aciertos). Qué investiguen los historiadores y quizá echen una mano para cometer menos torpezas mañana.
Las del país de hoy hay que buscarlas en los últimos 30 años; en deterioro de la productividad total de los factores y en el derrumbe del bienestar.
En los últimos seis lustros ha habido una marcada erosión de elementos constitutivos del contrato social, en términos de Rousseau y de August Compte: la vida ha perdido sacralidad; a la justicia la carcome la venalidad; la caridad ha pasado a ser una virtud sin alma y el amor al prójimo una tontería; la coima es un costo de producción; la educación está en manos de ignorantes y aprovechadores, o es objeto de lujo; y el hombre de bien tiende a ser un desueto. La lista podría alargarse. Todo este rosario de iniquidades contribuye decisoriamente a la informalidad.
Una sociedad enferma tiene que recurrir a sus anticuerpos, ahora tan de moda, para reaccionar. Toma tiempo revertir el deterioro, pero algunas cosas están al alcance de la sensatez. No hay por qué continuar con la ficción de que si se abre la economía todo lo que sigue es virtuoso: se abaratan lo bienes; se estimulan la exportaciones, con lo que sea crea empleo; y se acelera el crecimiento. Excepto parcialmente lo primero, nada ha sucedido en tres décadas.
Los otros resultados, con contadas y ejemplares excepciones, han sido el retroceso de la industria y el agro y el pago de la cuenta internacional con actividades extractivas de bajo empleo.
La informalidad ha crecido. Nada tienen de malo las industrias extractivas, siempre y cuando se sepan sazonar para frenar la enfermedad holandesa. Colombia no ha sabido.
El viraje hacia una senda diferente no puede dejarse a los mismos que compraron la apertura de 1990 o a sus discípulos. Esos eran y son macroeconomistas. Y por cierto, en sus competentes manos, la macroeconomía va muy bien gracias para este 2021. Contamos con ellos para apaciguar a las agencias calificadoras, sin que exijan una delirante reforma tributaria. Pero, vade retro cuando se trate de sanar el estancamiento interno. Son otros los llamados a diseñar con sentido común, no teorías, los estímulos a la industria y al agro, y su acceso a cadenas de valor internas y externas.
El Poema del Cid Capeador, que recordaba don Sancho Jimeno, el héroe de Cartagena en 1697, reza: “Qué buen vasallo que fuera, si tuviese en buen señor”. Un aforismo de Castilla para Colombia.
Rodolfo Segovia Salas
Exministro - Historiador
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