LUNES, 04 DE DICIEMBRE DE 2023

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Rodolfo Segovia S.

Respice post te, hominen te memento

Por estos tiempos, la temperancia no es una virtud de moda.

Rodolfo Segovia S.
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Rodolfo Segovia S.

“Mira tras de ti, recuerda que eres mortal”, susurraba el esclavo que casi invisible acompañaba al general romano triunfante en su carro de gloria, mientras este desfilaba por la Vía Sacra. Don Sancho Jimeno, en su descanso de las colinas de Turbaco, lo tenía muy presente. Dueño de haciendas, acostumbraba las vísperas de Navidades reflexionar sobre el acontecer del Imperio. In pectore, claro, para no alertar a la Inquisición.

Era el Año del Señor de 1700, y en una tarde de brisas decembrinas deshacía los lazos de su jubón y daba gracias a Dios, creyente profundo que era, por haber sobrevivido no mucho tiempo atrás el terrible saqueo de 1697, que él, castellano del fuerte de San Luís de Bocachica, no había podido evitar a pesar de indómita defensa. Le asaltaban dudas: ¿De qué servían a la postre sus sacrificios si la Monarquía resultaba inviable? La impotencia del contrahecho Carlos II, último de los Austrias españoles, había llevado el Imperio al abismo.

Don Sancho observaba a su alrededor golillas quisquillosos, obstinados, y celosos de sus privilegios que más que gobernar, violaban las provincias y villas a su cargo. Se apoyaban en subalternos incompetentes y venales cuyo único mérito era el de ser sus áulicos.
Cobraban peaje por hacer respetar las cédulas reales y adjudicaban contratos a familiares y paniaguados. Se abrogaban la potestad de aplicar la ley a su antojo, como dueños de la Justicia Real, y de situarse por encima de ella. Ni siquiera las Visitas, terror en tiempos de Felipe II, el Prudente, de los agentes del Rey que se extralimitaban, les hacían ya mella; les torcían el cuello por intermedio de sus conmilitones.

¿Valdrá la pena, se cuestionaba don Sancho, defender la Monarquía sin erradicar los esbirros protagonistas de atropellos y farsas populistas disfrazadas de puntilloso rigor en el acatamiento debido a la verdadera religión? ¿Quién sabe? Don Sancho acariciaba la cazoleta de su toledana, que siempre había puesto al servicio de su Rey y del orden.
Tiende a mirar con escepticismo la nueva dinastía de los Borbones; sospecha que los encargados de las reformas no atisban más allá de sus ideologismos y privilegios. ¿Quién dice que no será tan rosquera y excluyente como lo fuera su antecesora, dada a confiar en los obsecuentes, cuando ahora lo que es de menester son los mejores del reino? Ese gusanillo ofuscaba su visión del futuro.

¡Ah, el derecho divino! ¡Cómo obnubila a los grandes de la tierra! ¿Habrá quien se acuerde de la humildad en el poder? Don Sancho, quien a pesar de ser hombre de capa y espada manejaba pasablemente sus latines, rememoraba las historias de la antigua Roma. De la Roma republicana donde la legitimidad del poder de los patricios provenía de la victoria militar, pero siempre atemperada por la ley, ese gran legado romano a la civilización occidental. Por estos tiempos, la temperancia no es una virtud de moda. Respice post te…

Rodolfo Segovia
Exministro e historiador.

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