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Rodolfo Segovia S.
Columnista

Hágase la luz

Los seres vivos no han tenido tiempo o capacidad de adaptarse al robo  de las sombras. La biodiversidad está amenazada.

Rodolfo Segovia S.
POR:
Rodolfo Segovia S.
noviembre 30 de 2017
2017-11-30 09:49 p. m.
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Fiat lux es la más relampagueante frase del génesis. Junto con el habla, extender la luz transformó la especie humana. Ahora, los ecofrenéticos, que nunca faltan, ven la polución del cielo nocturno y la creciente ‘pérdida de la noche’ como un peligro. En esencia, los estudios del Instituto Leibnitz de Freshwater Ecology and Inland Fisheries, publicados en Science Advances, postulan que la luz artificial conlleva serias amenazas evolutivas para muchos organismos, el hombre incluido. La noche ha dejado de ser suficientemente negra; se pierde ecoespacio para el Fantasma de la Ópera.

La polución lumínica, dicen, empacándolo en leguaje científico, tiene serias consecuencias para los organismos vivos que han evolucionado con el ciclo natural dia-noche. La luna y a veces los volcanes y los relámpagos son las únicas interferencias válidas para ese ciclo circadiano de variables biológicas en intervalos regulares de tiempo. La implicación es que desde las bacterias hasta los mamíferos, el hombre incluido, sufren condicionamientos evolutivos estresantes por estar expuestos a más luz que la natural. Los seres vivos no han tenido tiempo o capacidad de adaptarse al robo de las sombras. La biodiversidad está amenazada.

Más aún, casi la mitad de vertebrados e invertebrados son nocturnos. Cambios en sus hábitos de migración y reproducción por luz prolongada son perjudiciales para la polinización de las plantas o la distribución de semillas y pueden llevar a hambrunas. Siguiendo el libreto de los ecofrenéticos, las consecuencias de la iluminación artificial se pintan con pinceles apocalípticos. Quién no recuerda las olas embravecidas por el cambio climático engullendo a Nueva York en los muñequitos animados de Al Gore. No es que se deba ignorar la huella del hombre, pero el equilibrio aconseja sindéresis.

Para los románticos y los astrónomos, también hay advertencias: las estrellas se desvanecen. El amor podría perder intensidad y los estudiosos del cosmos tendrán menos estrellas que observar. Y tampoco. El amor anda bien, gracias, y quedan muchísimas estratégicas esquinas oscuras del planeta bien ubicadas para observar los astros, aparte de que los Hubble se están trasladando al espacio, con el aplauso unánime de la comunidad científica. En todo caso, pequeños sacrificios en comparación con la bendición de la luz.

Observaciones de satélite demuestran que, en los últimos cinco años, la mancha lumínica artificial en del mundo ha estado creciendo al 2,2 por ciento anual, y lo que lo ya está iluminado se está tornando más brillante. De esto último se sindica al LED, que, además, ¡horror!, abarata la extensión de la plaga. En los países desarrollados crece lentamente, mientras el flagelo se extiende con fuerza en Asia, África y Suramérica. O sea, están viendo la luz al final del túnel. Hay que ponerle coto, y quizá también a las rumbas al aire libre.

Para no aparecer sesgado, el estudio hace una breve venia al beneficio en productividad y bienestar que prolongar el día le ha traído a la humanidad. Planea sobre los estudios, sin embargo, eso sí como una sombra, la escuela que niega la centralidad del hombre en la creación. Todo debe quedar igual, preferiblemente igual a cuando la Tierra comenzó a girar alrededor del Sol y se dieron las condiciones para que surgiera la vida en el nuevo planeta.

Don Sancho Jimeno, el héroe de Cartagena en 1697, decía que la maldición del hombre es saberse el centro del universo y tener, al mismo tiempo, la capacidad para cuestionarlo.

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