Se fue un grande, se fue un hombre bueno. Con justicia los elogios a su memoria se han multiplicado hasta las redes sociales. Se ha repetido la propia frase del presidente Belisario Betancur (BB) acerca de haber sido el mejor expresidente. ¡Y presidente también!
Manejó con discreto tino la crisis del Tequila e inventó fórmulas para superarla con el mínimo trauma. Previno una debacle bancaria que hubiera arrastrado el país a la miseria, enfrentándose a quien era entonces el más poderoso, Grancolombiano, y creando instituciones que perduran. La casa sin cuota inicial fue el primer paso para que un país más rico pudiera pasar más tarde a la casa gratis, y la universidad a distancia sigue entregando dignidad a centenares de miles de colombianos.
Con BB Colombia volvió a ser exportador de petróleo, tras la insólita rapidez después del descubrimiento de Caño Limón. Casi sin que la opinión se diera cuenta, hizo la paz con ‘Tirofijo’ sin forcejeos constitucionales. Y, sobre todo, acató la ley y, demócrata convencido, dictó cátedra viva –profesor que era– de defensa de la Constitución, esa que algunos de sus sucesores han manoseado a porfía.
Los panegíricos sobre el presidente Betancur rozan apenas el episodio de la toma del Palacio de Justicia por el M19, como si manchara sus palmares. Por el contrario, fue su mejor momento como hombre de Estado. BB pidió perdón años después, pero sin nada de que arrepentirse. Los insurgentes del M19, copados en Corinto, Valle, en 1984, se libraron de la exterminación por la magnanimidad de Belisario, pero interpretaron el gesto generoso como debilidad. El gobierno tambaleaba. Era cuestión de un empujoncito.
En noviembre de 1985, el M19 pretendió dar un golpe de Estado, con amplia financiación para destruir los expedientes de extradición en la Corte Suprema. Su instrumento fue tomarse el Palacio de Justicia y conminar al Presidente de la República a que se sometiera a un juicio popular. Se equivocó –consta en documentos capturados– al creer que su audacia provocaría un movimiento de masas, algo así como los cañonazos del crucero Aurora contra el Palacio de Invierno en 1917.
El M19 midió mal. Subestimó la reacción presidencial. La toma cruenta de la sede de las cortes era una amenaza directa contra la estabilidad del Estado. No era un juego publicitario como la toma de la embajada de la República Dominicana. La obligación de Belisario Betancur era reprimir ese intento de hacerse al poder por la fuerza. De inmediato ordenó a la Fuerza Pública la retoma del Palacio, con respeto por las vidas inocentes. La obstinación del M19, cuando ya en la sin salida, a la hora 24 del asedio, se negó a aceptar la mediación de la Cruz Roja para liberar ilustres magistrados y salir con vida, fue la causa de la tragedia final.
La firmeza del presidente previno el desmoronamiento del Estado de Derecho, que era el propósito del M19. Él señaló el objetivo, la Fuerza Pública ejecutó. Más de doscientas personas salieron ilesas del incendio criminal para quemar expedientes. Abusos concomitantes, con los que el presidente nada tuvo que ver, son inaceptables, y no inciden sobre lo acertado de la resolución presidencial. Al ordenar la retoma, el presidente hizo lo que le correspondía frente a un intento de golpe. Otra cosa es que, a posteriori, le haya sucedido lo que a don Sancho Jimeno, quien después de su enhiesta defensa de Bocachica en 1697 fue acusado de traidor por sus malquerientes.