Poco ha sido tan triste en la pandemia,, como el colapso del turismo. Son 2’000.000 de empleos que se han esfumado. En Bogotá, impacta el cierre de restaurantes de los Rausch, pero la mortandad en el sector se extiende por todo el país: hoteles, empresas de aviación, restauradores, club nocturnos, etc. No se va ni al Caño Cristales, que debe estar en su máximo esplendor y donde no hay Covid-19.
No se cuestionan las medidas de seguridad impuestas por el gobierno. Prevenir contagios es prioridad. Se señala solo que el turismo es el segmento más golpeado del país y el patito feo. Representó en 2019 el 4,1% del PIB, aparte de que era el sector de la economía de mas rápido crecimiento. Este año será una fracción. Está abocado a concursos de acreedores y a una mortandad del empleo como tras la invasión de Atila.
El año pasado llegaron al país 4.200.000 turistas extranjeros. Aumentaba en mas del 10 % anual. Desaparecieron.
Con suerte, empezaremos a verlos llegar a cuenta gotas a fin de año. La atención se centra ahora en el turismo nacional que representa más del 50 % del total de la demanda. Eso hay que abrirlo sin timidez donde no reine la pandemia, No hay razón alguna para que un turista de Medellín no pueda asolearse en las playas de Tolú.
Conviene recordar que por décadas el turismo fue un sueño, mas que todo de la Costa Caribe. En el interior se le rechazaba por culturalmente contaminante, v.g., el propio Alberto Lleras.
Además, quién iba a querer venir mientras el narcotráfico bombardeaba y las bandas criminales secuestraban y masacraban. Cuando se pudo recuperar la confianza internacional, los turistas extranjeros comenzaron a llegar al país, sobre todo a Cartagena entronizada como patrimonio cultural de la humanidad. Recibió 500.000 en 2019.
Los nacionales nunca abandonaron del todo la ciudad y eran todavía mas que los visitantes del exterior. Con el flujo, la infraestructura hotelera se multiplicó por cincuenta. Vacía.
El Covid-19 ha sido arrasador. Son impactantes las fotos de las calles desoladas del Centro Amurallado, que eran un hervidero.
En la Colonia, Cartagena no recibía turistas. Don Sancho Jimeno combatió a unos franceses que arribaron con aviesa intención en 1697.
Sin el turismo no hay vida para Cartagena. Representa un tercio de su economía y es una máquina de empleo. Más de la mitad de la población recibe ingresos de este sector. El tejido urbano, nunca muy cohesionado, está feneciendo. Es difícil hasta rebuscarse el rebusque.
Las políticas de reapertura turísticas deben iniciarse por Cartagena (y por Santa Marta), con énfasis en transporte internacional y local, y con transfusiones para los agentes turísticos locales que neutralicen el revés mientras regresan los turistas-desde hoteles hasta guías que están boqueando.
Nadie está seguro del liderazgo del actual excéntrico alcalde, pero se sugiere que deje de estar fabricando corrupciones en el pasado reciente, donde no las hay, y se concentre aconductado en el hoy, comenzando por demoler Aquarela.
Si se distrae no hay futuro y presidirá el degüelle de un turismo cartagenero laboriosamente madurado.
Rodolfo Segovia
Exministro e historiador.
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