El país se ahoga; aguas mil sin parar; y en medio de la tragedia, el Procurador abre investigación a los gobernadores de zonas inundadas en el norte del país por presunta imprevisión. ¡Sólo en Colombia!
Déjelos trabajar, señor. No los distraiga ahora. Ya habrá tiempo para acusar a San Pedro o al mandatario del departamento del Atlántico, quien, como su predecesor, es hombre serio y cumplidor de su deber (el Atlántico tiene suerte), cuya única improbable culpa es apellidarse Verano en medio del diluvio.
Vale, empero, buscar al ahogado aguas arriba. La ruptura de la banca que contiene al canal del Dique se hubiese podido evitar. Bastaba actuar o, mejor, no interponerse. Hubiera sido suficiente, sin entorpecer la navegación, una estructura de control robusta con esclusa en paralelo diseñada para acorralar las aguas del Magdalena y sus sedimentos a la entrada del cauce.
Existen miles de obras similares en el mundo y hace 10 años las recomendaron para el Dique experimentados consultores. Sin embargo están pospuestas. El ministro de Transporte, Andrés Uriel Gallego, se atravesó.
El Procurador podría examinar el tortuoso vacilar del funcionario, excepcional aún para sus acompasados estándares. Causarían estupor las descabelladas invenciones que acogió en la carrera por no hacer nada. Al fin, cuando terminaban sus 8 años ministeriales, Cormagdalena, presidida y orientada por él, otorgó un contrato imposible de ejecutar. Casi da vergüenza leer las glosas a los diseños (no detallados) que hizo la respetable firma internacional designada hace poco para su revisión.
Quienes siguieron de cerca las ingenieriles piruetas del Ministro no se sorprendieron. El descalabro era de esperarse, mucho más que las incesantes tormentas y los desbordes.
No todo lo que se ha dejado de hacer, y que cuando se haga llegará algo tarde para campesinos de Manatí (Atl.) que tienen el agua más allá del cuello, es inconstruible. Sólo la joya de la corona, es decir, “la reducción de caudales” para acelerar la corriente e inducir la precipitación de sedimentos, consiste en tres sucesivos estrechamientos enrocados del Canal, sin antecedentes en el mundo: misión imposible. Un cálculo sesudo de la cantidad de roca necesaria reveló que el lecho fangoso del Dique (antiguo cauce del Magdalena) se tragaría La Popa entera sin dejar rastro.
Este dictamen lo agradecieron capitanes de los remolcadores que empujan aguas abajo por el canal convoyes de 6 botes cargados de combustible. Los más avezados chocan de todas maneras contra los bordes limosos del Canal.
No querían pensar en el Lorelei de orillas enrocadas y estrechas. Diseños para la navegación deberían ir precedidos de un paseo en lancha. Precaución que no se tuvo en cuenta.
La hacienda de don Sancho Jimeno y la casa solariega en las colinas de Turbaco contaban con agua abundante y cristalina. Allá fue a refugiarse después de la heroica defensa de San Luís de Bocachica en 1697. Debía alejarse del sitio de Cartagena. Ese fue el compromiso con su captor, el barón De Pointis. Desde la atalaya observó don Sancho con tristeza la abyecta rendición de la ciudad.
Lo que nunca presenció durante sus 40 años en América fue el llanto de las colinas. Ha sido tal la lluvia esta temporada que rebosan los ojos de agua en las calcáreas de Turbaco y se derraman a mares por las faldas de la montañuela.
Imprevisible señor Procurador, lo que no es óbice para examinar la sospechosa y dañina pachorra de funcionarios que retrasan obras imprescindibles y precipitan desgracias.