Don Sancho Jimeno, héroe de Bocachica en 1697, recordaba que el jesuita Everard Nithard, confesor de la reina regente María Ana de Austria, gobernó a España al inicio de la minoría de edad de Carlos II (1665-1700), con funestas consecuencias para el reino. Nicolás Maduro es el vivo retrato de la Habsburgo y los cubanos sus jesuitas.
Lo que se juega Cuba en Venezuela es de vida o muerte.
Recibe aproximadamente US10.000 millones anuales en petróleo (parte para revender), sin los cuales el régimen de los Castro sería inviable. Regresaría al ‘periodo especial’ que siguió al colapso de los subsidios rusos en 1989 y a la ignominia del turismo sexual de las jineteras para obtener divisas; no sobreviviría.
A Cuba se le apareció la deidad cuando Chávez llegó buscando ideología, consejos y método para limpiar la pocilga política en que se había convertido su patria.
Buen alumno. Recompensó con creces y sacó del aislamiento a su mentor.
El sucesor, Maduro, escogido cuidadosamente, más por fidelidad que por talento, pasma por lo inepto. Pero, como se decía de los dictadorcetes útiles durante la Guerra Fría, Cuba opina que si bien es un hp…, es su hp.
Tristemente, nada habrá de salir de las conversaciones con la oposición en Caracas, que no son más que una burda válvula para bajar la presión.
Lo ha dicho Maduro: nada va a cambiar de rumbo. No puede ser de otra manera, por lo menos no mientras los Castro dan con un plan para resolver “la compleja crisis”, frase de Raúl Castro, quien reiteró, en pronunciamiento formal frente a su Congreso en La Habana, el irrestricto apoyo al Gobierno de Venezuela. Para Cuba, está de por medio el interés nacional. No es accidente que estén activando reformas económicas para el día que falten los barrilitos diarios.
Mientras tanto, hay que reforzar al pupilo. Chávez se movió paso a paso y salvaguardando su preciada legitimidad democrática. Adoptó llamar fascistas y lacayos del imperio a sus contradictores y las ‘misiones’ recomendadas por Fidel (sobre todo después del golpe de 2002), pero sin encuadrar la población con espías en cada manzana, base del control castrista de la disidencia.
Se limitó a organizar milicias y estimular matones irregulares. También importó cubanos, abundantes y visibles, para la asistencia social y, menos discernibles, oficiales del excelente servicio de inteligencia cubano. Por más que se apapache a las Fuerzas Armadas, mejor descubrir a tiempo un rumor de sables.
El pupilo es mucho menos hábil e infinitamente menos carismático: un marxista cuadrado, sin flexibilidad y sin credenciales democráticas (el gobernador Capriles no lo baja de Nicolás, a secas). Sus propios compañeros de revolución le desestiman.
Pero al chavismo no lo va a tumbar la escasez, los estudiantes, la oposición, y ni siquiera su supina incompetencia. Se caería, quizá, por el rechazo a la injerencia cubana y, entonces, por la fuerza.
El plan de contingencia está activado. Los cubanólogos sostienen que Raúl ya trasladó a Venezuela sus boinas verdes; tropas de élite que hicieron sus primeras armas en Angola, enviados por el patrón ruso para apuntalar a José dos Santos (ahí está todavía), y después en Etiopía para darle la mano a un horrible dictador que tumbó el muro de Berlín.
Una hipotética e indignada fronda patriótica de los tenientes coroneles tendría que enfrentarlas. La pelea es desigual. Los Castro tienen más que perder que Nithard, a quien, ya en el exilio, le otorgaron un capelo cardenalicio.
Rodolfo Segovia
Exministro – Historiador