La semana pasada, el Banco Mundial publicó los resultados del Informe Doing Business 2012, y, a Colombia le fue regular, al perder una posición frente al año anterior.
Algo similar a lo que pasó con el Índice de Competitividad Global del Foro Económico Mundial, en el que perdió un puesto, y, en el Informe IMD, en el que cayó seis posiciones.
Claramente, al menos en lo que se refiere a los índices internacionales, el país no logra avanzar en el mejoramiento de su competitividad, lo cual es preocupante.
Pero, ¿qué tanto hay de realidad y qué tanto de fatalismo en estos índices?, y, ¿qué tenemos que hacer como país para movernos positivamente en los mismos?
Colombia, como bien lo afirman los analistas internacionales y locales, está en un momento extraordinario, con un potencial enorme para crecer a tasas muy superiores, pero, con un sinnúmero de tareas aún pendientes.
Tareas, que no son solo responsabilidad del Gobierno, sino también del sector privado, la academia y la sociedad civil.
¿Hay alguien que no quiera una nación más competitiva? Imposible. Es la aspiración de todos, y así debe ser.
Un país competitivo es un país próspero, donde todo fluye y hay oportunidades iguales para todos. Los sistemas de educación y seguridad social no son excluyentes; los mercados operan de forma adecuada; el sistema tributario es equitativo, eficaz y progresivo; las instituciones públicas y privadas son eficientes y transparentes, la calidad de la infraestructura es óptima, la innovación cuenta con un ecosistema que estimula el emprendimiento y la regulación es la adecuada.
Ahora bien, lo anterior no se logra de la noche a la mañana y mucho menos si se insiste en mantener las prácticas que han hecho que el país sea lo que es hoy. Se requiere un cambio de mentalidad, un proceso de cambio estructural y, quizás, de sinceridad por parte de todos los actores.
Algo que no es tan fácil, más aún si toca los intereses de quienes se benefician de dichas actuaciones.
La responsabilidad del Gobierno es la de proveer bienes públicos necesarios para que las compañías, que generan la riqueza, operen eficientemente y compitan.
Esto implica, por supuesto, la existencia de un ambiente regulatorio que promueva la competencia.
A su vez, el sector privado debe buscar las mejores prácticas para aumentar la productividad al interior de sus empresas, innovando e invirtiendo, y jalonando la productividad de sus ramos y del país.
La academia, por su parte, muchas veces marginada, tiene el inmenso rol de servir de sustento de todo el proceso de transformación, generando el conocimiento que se requiere para el mismo, así como formando la gente que el país va a necesitar.
Y, finalmente, está la sociedad civil, y aquí los medios de comunicación juegan un papel fundamental como gestores del cambio.
El estancamiento del país en competitividad debería dolerle a todos los colombianos por igual y sin importar en qué sitio estén, e inducirlos a actuar.
La competitividad no es algo abstracto, que está más allá y es problema de los otros.
Es algo que toca a todos, todos los días, y es la única forma de lograr la tan anhelada prosperidad colectiva.
Rosario Córdoba
Presidenta del Consejo Privado de Competitividad