Hace un par de años escuché en Cartagena a Ruchir Charma, un banquero de inversión, autor de un libro muy popular sobre las naciones que se despegan del pelotón (Breakout Nations, W.W. Norton & Company), que decía que cuando hacía su análisis de las posibilidades de un país en desarrollo de convertirse en el siguiente milagro económico, siempre estaba atento a que en esa nación coincidieran la buena economía con el buen gobierno, y que unas de las cosas que tiene en cuenta es si los hijos de los ricos estudian en colegios públicos, y si los ejecutivos se movilizan en helicópteros en las grandes ciudades.
Si los ricos andan en helicóptero es porque la movilidad en las ciudades va muy mal y se ha perdido la esperanza de que mejore. Y si los hijos de las clases altas solamente se educan en colegios privados, la educación también anda mal y no es un factor que coadyuva a mejorar la distribución de ingresos en el país o a promover mayor democracia y justicia social.
Recientemente, cuando un destacado empresario local anunció que va a ofrecer un servicio de helicópteros de transporte privado en Bogotá, pensé que ese anuncio, en vez de ser pregonero de progreso, es una señal de alerta sobre el lamentable desempeño de un gobierno local y la nada alentadora perspectiva que esto trae consigo. Cuando se pone a funcionar un servicio de esa naturaleza es porque se ha traspasado un umbral de tolerancia y se han perdido las esperanzas. Pensar en que en Bogotá la solución que se contempla implica abrir un zanjón de varias decenas de metros de ancho e igual profundidad desde el centro de la ciudad hasta el extremo norte, y que va a permanecer abierto durante un número indefinido de años, da pie para que se creen soluciones privadas extravagantes como la de los helicópteros.
En educación, en generaciones anteriores todavía se podía pensar en educar a los hijos en instituciones públicas como el Instituto Pedagógico, el Nicolás Esguerra, el Camilo Torres, el Colegio Mayor de Cundinamarca o el San Bartolomé Nacional, por ejemplo, en Bogotá. Destacadas figuras de la vida nacional fueron formadas en esos colegios públicos. Sin embargo, eran elitistas de todas formas, reservados para los mejores o los más brillantes, para los hijos e hijas de los gamonales y para los de los que se movían en los círculos de poder. Desear que Colombia sea el país mejor educado de la región implica crear un sistema educativo público que haga redundantes a los colegios privados.
Una lista incompleta de otras situaciones que también hay que resolver para que Colombia se pueda despegar del pelotón es la siguiente: dejamos acabar el correo nacional público y nunca se logró que funcionaran los ferrocarriles nacionales. Hay muchas ciudades y municipios medianos o pequeños que no tienen parques, acueducto o alcantarillado (un ejemplo es Buenaventura). Ciudades como Bogotá funcionan de milagro, sin policía o con una contribución muy marginal de parte de esa fuerza. “La justicia nada tiene que ver con la ética”, o con las leyes y, pensando en la Procuraduría, la religión tampoco. En Colombia ser ‘pillo’ paga, y en vez de hacer cumplir las normas para remediarlo, se emiten nuevas leyes para que los pícaros y sus abogados las incumplan.
Rudolf Hommes R.
Exministro de Hacienda
rhommesr@hotmail.com