En vísperas de cambio, es importante hacer una reflexión sobre el beneficio –o el daño– que el exceso de ‘positivismo’ le puede hacer al gobierno de Iván Duque. Porque ocurre que, a veces, con el ánimo de no parecer negativos, terminamos creando expectativas que pueden fácilmente confundirse con ilusiones falsas.
En dosis mesuradas, el positivismo es bueno, pero si no hay evidencia de que lo que se espera es alcanzable este se convierte en delirio, y cuando no se consiguen los resultados esperados, inevitablemente, hay un sentimiento de fracaso.
Le hacemos un flaco servicio al Presidente electo en crear esperanzas poco reales, pues aun cuando la coyuntura actual del país permite pensar que este puede arrancar hacia un horizonte que traiga mejorías materiales y duraderas, que permitan capitalizar el logro –no menor– de haber conseguido el desarme, y que sobre esta base se puede construir –con el concierto de todos– una verdadera paz, las dificultades abundan.
Pienso que Duque, quien logró que muchos le creyéramos cuando prometió gobernar sin espejo retrovisor y no fomentar odios, nos permite ser razonablemente optimistas sobre el inmediato futuro.
También es fácil visualizar un horizonte alternativo donde el nuevo gobierno haga caso a la franja más extrema de sus electores y distraiga su atención (y pierda su tiempo) tratando de adaptar un modelo que complazca a los que se opusieron a los avances significativos –aunque imperfectos– en materia de paz, realizados por el gobierno anterior.
Mucho ayudaría que hubiera, por parte de los detractores de Santos, un mínimo de reconocimiento sobre logros que son imposibles de negar en el campo del manejo macroeconómico, el desarrollo de la infraestructura y otros índices de desempeño que objetivamente deben ser reconocidos si se quiere hacer un análisis serio de su legado.
También bajar el tono acusatorio de los detractores de Uribe, así como eliminar el comportamiento agresivo que ha caracterizado el diálogo reciente sobre él, ayudaría enormemente. Se debe aceptar que el sistema jurídico tiene como regla presumir inocencia y no apresurar juicios.
Se hace un aporte significativo, dándole un compas de espera y el beneficio de la duda a Iván Duque sin atacarlo por presunciones inoportunas y prematuras. Para lograrlo, se requieren hacer cambios fundamentales, tanto por los que apoyan al gobierno entrante, como por los que opten por hacerle oposición. Esto permitirá establecer cuáles son los impedimentos y proponer soluciones, los unos, y plantear críticas constructivas, los otros. Identificar y visualizar obstáculos no se puede considerar un defecto de carácter, ni constituye ‘derrotismo’.
Concluyendo: no podemos pensar que, como en los tiempos bíblicos, va a aparecer una varita mágica. Para construir una mejor Colombia se requiere que todos, desde el lugar que nos corresponde, pongamos lo mejor de nosotros, y ser muy realistas de lo que esperamos que pueda lograr el nuevo Gobierno en un tiempo razonable, haciendo conciencia del cúmulo de dificultades que tiene que enfrentar.