A la imparcialidad se le está dando un entierro de tercera. Cada vez más, las partes toman una posición acerca del tema a discutir, antes de iniciar el dialogo.
Esta reflexión la hago con motivo del apasionamiento que suscita el tema de cómo lograr salir del aislamiento obligado.
Es prácticamente imposible conciliar posiciones entre aquellos que piensan que es indispensable mantener de forma rigurosa la cuarentena con los que se aproximan al tema buscando aislar a los más vulnerables y lograr que, con precaución y medidas protectivas, se permita descongelar la actividad económica.
Son dos opiniones que buscan lo mismo. Creo que las dos aproximaciones tienen mérito, pues quieren buscar disminuir el riesgo de pérdida de vidas, logrando que el mayor porcentaje posible de la población se inmunice, a la espera de que llegue una vacuna.
Dado que el problema no tiene precedentes, no es posible medir con precisión la probabilidad de lograr un mejor resultado. Entonces, la responsabilidad de dar las directrices sobre cuál es la forma en que se va a regular este entorno, recae sobre el gobernante.
Él debe rodearse de analistas que le den argumentos sobre la conveniencia de cada una de las alternativas y, sopesándolas, tomar una posición que determine con claridad cuál es el comportamiento que le será permitido a la ciudadanía. Es evidente que no es fácil para el gobernante encontrar la fórmula que ofrezca el balance de vidas y de sustento y determinar las condiciones que hagan funcionar el regreso a una vida cotidiana de lo que será “el nuevo normal”.
Los enfrentamientos entre quienes reclaman que se les expone a un riesgo “innecesario” y los que dicen que deben regresar a sus trabajos de inmediato, pueden llevar a una situación explosiva, incluso anárquica, si los ciudadanos no moderan su apasionamiento a la hora de defender sus posiciones.
El nivel de agresividad con que algunas gentes han tratado a médicos y enfermeras que están en la primera línea de defensa protegiéndonos a todos, nos permite imaginar la ola de violencia que puede surgir si no se dan directrices precisas y claras sobre lo que está o no permitido.
Dado que estas directrices solo las puede emitir el Gobierno de turno, las diferencias de aproximación que tienen los mandatarios locales con el Presidente de la República, las mismas que son marcadas y expuestas públicamente por la Alcaldesa de Bogotá, tienen que conciliarse en un foro diferente al de los medios de difusión.
Seguir enfrentando opiniones públicamente, solo contribuye a azuzar los ánimos de ciudadanos con diferentes perspectivas sobre el tema. El proceso de dirimirlas puede llevar fácilmente a generar un enfrentamiento violento que tiene un potencial de daño realmente preocupante.
No puede continuar indefinidamente la confusión que existe sobre a quién le corresponde regular para la ciudadanía las limitaciones de comportamiento.
Se requiere un derrotero firme que no permita escalar un problema que se le sume a esta pandemia, que por sí sola, cobra un número alto de vidas inocentes.
Salomón Kassin Tesone
skassint@gmail.com