A los colombianos se nos llena la boca diciendo que tenemos costas en los dos mares. Lo damos por hecho y lo gritamos a los cuatro vientos. Decimos que nuestra biodiversidad ‘por kilómetro cuadrado’ es la más alta del mundo. Y pensamos que con todo esto podemos descrestar a los extranjeros que viven sus aburridas vidas en sus aburridos países, que no tienen dos mares ni biodiversidad.
Pues muy pronto podríamos perder parte de nuestros dos mares y muchísimo de nuestra biodiversidad. A menos de 400 kilómetros en línea recta del Palacio de Nariño y la sede del honorable Congreso, empieza el territorio más abandonado de Colombia –como lo fue en su momento Panamá–, el de mayor pobreza, el de menor presencia del Estado, el más rico en recursos naturales y el del mayor descontento del último siglo. En ese departamento reina el crimen, la minería ilegal. Por allí salen cargamentos de droga sin que nadie lo note, porque no existen los puertos que nos abrirían las puertas a la otra mitad del mundo.
Y, aun así, las ballenas jorobadas recorren más de seis mil kilómetros para pasar allí las vacaciones y parir a sus ballenatos.
Además de la ilegalidad y la ya sabida destrucción sin control del medioambiente, se adelanta en Chocó un paro, lo que ahora por moda llaman un ‘plantón’, para recordarle al gobierno, a los políticos y a la opinión que el desastre económico y social que allí se vive, no aguanta más. Que les da lo mismo si hay o no institucionalidad, democracia, servicios de educación y salud, o la etérea paz, porque allá no se siente nada de eso. Seguramente, algunos piensan que les iría mejor haciendo un plebiscito para una eventual secesión, así el Gobierno y el Congreso, amañadamente desde la cordillera, aumenten el umbral. Porque saben que hasta mejor les iría manejando su propio destino.
Tal vez el Presidente y sus ministros no han ojeado las cifras del último censo en Colombia. En él se revela que el índice de necesidades básicas insatisfechas en el Chocó era, en ese momento, 79,2 por ciento. Es decir que 80 de cada 100 chocoanos no tiene acceso a vivienda, y los que la tienen, viven en hacinamiento. O, tampoco cuentan con servicios de agua y alcantarillado. No tienen escuelas, por lo cual están condenados a la pobreza y a la mera subsistencia. Es que en Palacio están más preocupados por las necesidades insatisfechas de las Farc.
La crisis humanitaria del Chocó y la pobreza en la que viven sus habitantes es el mejor ejemplo del desgobierno y el desgreño de nuestros políticos.
En septiembre de 1998, el presidente Andrés Pastrana ideó la creación del gravamen a las transacciones financieras (el famoso dos por mil), para rescatar al sistema financiero del terremoto que causó el pésimo manejo económico de su antecesor. Luego, en el 2000, los recursos de este impuesto, dizque ‘temporal’, fueron destinados para rescatar a Armenia de su propio terremoto. Hoy, Armenia ha sido recuperada en la totalidad.
En la reforma tributaria estructural que se avecina, convendría pensar que la totalidad de este impuesto sea destinado a recuperar del terremoto social a Chocó, pero no con tarros de mermelada, sino con infraestructura, educación, salud y gobierno. Antes de que los chocoanos decidan hacerlo por cuenta propia.
Sergio Calderón Acevedo
Economista
sercalder@gmail.com
columnista
‘Chocóexit’
A los colombianos se nos llena la boca diciendo que tenemos costas en los dos mares. Lo damos por hecho y lo gritamos a los cuatro vientos.
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Sergio Calderón Acevedo
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