Colombia creció en el siglo XX de la mano de grandes hacendistas, como Carlos Sanz de Santamaría, Antonio Álvarez Restrepo, Abdón Espinosa Valderrama, Carlos Lleras Restrepo y Rodrigo Llorente. En las últimas del siglo asumieron con destacados resultados Rudolph Hommes, Roberto Junguito y Juan Camilo Restrepo. A ellos, y a muchos de los que ocuparon el edificio donde quedaba el Convento de San Agustín, debemos que el país haya pasado de la ruana a la modernidad, y de la marginalidad a la lista de países de ingresos medios.
Gracias a su excelente preparación académica y justa ortodoxia, hemos, hasta ahora, contado con el enorme activo de la credibilidad y la confianza de la banca internacional, de los organismos multilaterales, de los inversionistas y las calificadoras de riesgo. Sin importar quién ocupaba la Casa de San Carlos o el Palacio de Nariño, siempre se aceptaba que la economía era un asunto demasiado delicado como para dejarla en manos de los políticos. Este principio, no obstante, fue violado por el gobierno de Samper y, con más flagrancia, por el de Santos, quien pareció olvidar su paso por la cartera.
En el nuevo siglo, el país no ha sido el mismo de antes, pero, con excepción del traslado de la emisión de la Avenida Jiménez, en forma de dinero, a la dirección de crédito público, en forma de bonos, muy poco ha cambiado en la manera de ver las finanzas públicas y de administrar la hacienda. Hasta 1991, el presupuesto se cuadraba imprimiendo dinero, y ello lo pagábamos con persistentes inflaciones de más de 25%. Pero no importaba, porque las altas tasas de interés protegían los ahorros y las rentas, y los asalariados contaban con generosos ajustes de sus sueldos. Como siempre, los pobres y los desempleados asumían los costos de este actuar, con más pérdida de su poder adquisitivo.
Desde entonces, el endeudamiento indiscriminado, a través de TES, bonos en los mercados externos y préstamos de la banca internacional, ha llevado a que este sea un hogar que cuenta con ingresos corrientes (impuestos y participaciones) por apenas la mitad de lo que gastamos. Así lo evidencia el proyecto de presupuesto que acaba de ser revelado por el gobierno: gastos por $314 billones e ingresos corrientes por apenas $154 billones.
¿De dónde sale el resto? Nuevas deudas por $124 billones y enajenaciones (sí, venderemos la vajilla y la platería) por $12 billones. Cuando una empresa requiere que 40% de sus gastos sea financiado con préstamos, es porque no es viable y debe someterse a un proceso de reestructuración, porque su modus operandi no es sano ni sostenible.
Colombia es una empresa donde se destina demasiado a la vigilancia (sector defensa), con algunos celadores saqueando la caja fuerte. Se asigna demasiado a la capacitación (sector educación), con instructores (Fecode) que no saben ni siquiera leer, y muy poco a la producción (sector comercio e industria) y al mantenimiento (sector ambiental). Para este urgente revolcón, se busca gerente financiero y administrativo que entienda de finanzas corporativas. Inútil presentarse sin papeles.
Sergio Calderón Acevedo
Economista